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A cien años de su publicación, reeditan "La tierra baldía", uno de los poemas más importantes del siglo XX

“Aquí no hay agua sino sólo roca/ Roca y nada de agua y el camino arenoso/ Camino serpenteante arriba entre montañas/ Que son montañas de roca sin agua/ Si hubiera agua podríamos parar a tomar/ Entre la roca no es posible parar ni pensar/ El sudor está seco y los pies en la arena/ Si sólo hubiera agua entre la roca/ Boca de montaña muerta que no puede escupir con dientes cariados/ Aquí no es posible estar parado ni acostado ni sentado/ No hay siquiera silencio en las montañas/ Sino estéril trueno seco sin lluvia”.

Estéril trueno seco sin lluvia. Estos magnéticos versos de T.S. Eliot (1888–1965) aparecen en la quinta parte de La tierra baldía (1922), titulada “Lo que dijo el trueno”. Cien años después La tierra baldía, como había dicho en su momento Octavio Paz, sigue siendo a la luz de las lecturas del presente un “obelisco cubierto de signos, invulnerables a los vaivenes del gusto y las vicisitudes del tiempo”.

Octavio Paz lo descubrió de adolescente y fue la revelación que le abrió las puertas de la poesía moderna. Así lo han reconocido otra infinidad de artistas. Toda la vigencia del escritor–que nació en Estados Unidos pero luego se nacionalizó inglés– resuenan en La tierra baldía, considerado como uno de los poemas más importantes de la literatura del siglo XX, 434 versos divididos en cinco partes: “El entierro de los muertos”, “Una partida de ajedrez”, “El sermón del fuego”, “Muerte por agua” y “Lo que dijo el trueno”, complementado por Eliot con una serie de notas casi tan largas como el poema mismo, que dan cuenta de las fuentes literarias, históricas, antropológicas y religiosas involucradas en el texto.

"La tierra baldía", de T.S. Eliot (El Cuenco de Plata, $3.800).
"La tierra baldía", de T.S. Eliot (El Cuenco de Plata, $3.800).

“A la hora violeta, cuando ojos y espalda/ Se alzan del escritorio, cuando el motor humano espera/ Como un taxi en espera palpitante,/ Yo Tiresias, aunque ciego, palpitante entre dos vidas,/ Viejo con pechos arrugados de hembra, soy capaz de observar/ A la hora violeta, la hora del atardecer que se afana en la ida…”. De “El sermón del fuego”.

“Fue una explosión de novedad en su momento y sigue siéndolo. En el sentido propio de Eliot que suele desconcertar a tantos, la supuesta contradicción entre vanguardia artística y conservadurismo político: no se construye sobre la nada, se construye sobre la acumulación de cimientos del pasado, sobre la tradición; pero una tradición en revolución permanente, porque una tradición que no se renueva muere esclerosada. ´Conservar renovando´ o ´renovar para conservar´ podría ser su divisa. Y La tierra baldía lo consigue de una manera única y superlativa, que explica su permanencia”, apunta Pablo Ingberg, encargado de una nueva edición y traducción a cargo del sello El cuenco de Plata en su 100 aniversario.

Resistente y veloz

Atrapante en su arquitectura narrativa y sugestivo en cada verso, fragmentario y polifónico, La tierra baldía es un poema resistente a lectura veloz: hay que paladearlo, rumiarlo, volver a masticarlo, y así, entonces, nunca pierde sabor y promesa.

El traductor Pablo Ingberg asume que estuvo lejos de agotar posibilidades: como toda obra maestra, La tierra baldía resistió una lectura definitiva. Y a las notas de Eliot le sumó una buena cantidad de notas propias, basadas en años de investigación, de lecturas y también de traducciones, que constituyen una forma privilegiada de lectura.

“En su estructura es menos impermeable de lo que puede parecer a primera vista: una épica estallada en añicos, con pasajes narrativos, dramáticos, líricos, canciones. Temáticamente, un mundo en ruinas y crisis, representadas de distintos modos, privilegiadamente el mal amor, una especie de libro del mal amor. Personalmente me molesta un poco que la peor parte, el aborto destructor y el sexo mecánico desamorado, se la lleven las clases bajas, y a las medias y altas apenas les queden la histeria y el adulterio”, se explaya Ingberg sobre las múltiples capas del poema.

Retrato de T.S. Eliot, del artista británico Percy Wyndham Lewis. Foto AFP PHOTO/National Portrait Gallery
Retrato de T.S. Eliot, del artista británico Percy Wyndham Lewis. Foto AFP PHOTO/National Portrait Gallery

El centenario de su publicación es una nueva oportunidad, dicen los especialistas, para conocer la amplitud de registros –del cultismo al vulgarismo– y la múltiple musicalidad que tanto cautiva al público lector anglófono, sustentada en ligeras variaciones sobre metros tradicionales y con el oído atento de Eliot a los ritmos de la conversación. Lo oral y lo escrito en una fina elaboración lírica.

Poeta de entreguerras y portavoz de una generación, T.S. Eliot sigue siendo, para muchos, el poeta más influyente de la primera mitad del siglo XX –obtuvo el Premio Nobel en 1948–, en virtud de que inventó un nuevo lenguaje poético, fundacional con la poesía moderna sin desconocer el enorme legado de la tradición.

Así lo había analizado Jorge Luis Borges, quien no sólo lo tradujo en Argentina sino que rescataba algunas de sus ideas ensayísticas como “el pasado es modificado por el presente, el presente es dirigido por el pasado”. Para Borges, la cadencia de Eliot cambió los ritmos poéticos convencionales de la época.

“Abril es el más cruel de los meses: engendra/Lilas desde la tierra muerta, mezcla/Memoria con deseo, agita/Raíces en letargo con lluvia primaveral./El inverno nos tuvo abrigados: cubrió/Todo el suelo de nieve olvidadiza, alimentó/Un poco de vida con tubérculos secos./El verano nos tomó por sorpresa: cruzó el Starnbergersee/Con un chaparrón; paramos bajo el pórtico,/Y seguimos al sol, por el Hofgarten/Y tomamos café, y charlamos una hora…”. De “El entierro de los muertos”.

Cada frase y cada textura, en La tierra baldía, parecen constituir a la vez un comienzo y un fin. Allí se mezclan charlas de gente en un pub de Londres, mientras beben, con un coqueteo íntimo con algunos de los clásicos de la literatura universal a partir de frases de Shakespeare, Dante, Milton, San Agustín, Verlaine o Herman Hesse, sin ningún tipo de aclaración que se trataban de citas.

La tierra baldía, publicado a sus 34 años en 1922 –el mismo año en que James Joyce hacía estallar los límites del género novelístico con el Ulises– por iniciativa de su amigo Ezra Pound, generó polémica: dejaba entrever un franco espíritu derrotista y elegíaco, contrario a las mieles del progreso de la modernidad.

La recepción de la crítica, en efecto, fue hostil y causó una especie de ansiedad interpretativa por donde fueron transitando todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el psicoanálisis hasta el estructuralismo y el feminismo contemporáneo, acaso porque, como escribió Juan Gelman, Eliot “fue el poeta en lengua inglesa más preocupado por el sexo y su misterio”.

“Sobre la antigua chimenea se exhibía/Como ventana abierta a la escena selvática/Una transformación de Filomela, por un rey de los bárbaros/Brutalmente forzada; el ruiseñor, no obstante,/Llenaba allí el desierto con inviolable voz/Y aún ella gritaba, y aún el mundo sigue;”Chu Chu” a oídos sucios/Y otros mustios muñones de tiempo…” . De “Una partida de ajedrez”.

Nacido el 26 de noviembre de 1888 –el mismo año en que también habían nacido Fernando Pessoa y Giuseppe Ungaretti– en Missouri, Estados Unidos, en el seno de una familia aristocrática inglesa, al joven Eliot se le facilitó el acceso a una formación de lujo, en tres de las universidades más selectas del mundo: Harvard, La Sorbona y Oxford.

En 1927, decepcionado por algunas de las políticas de su país, adoptó la ciudadanía británica y se convirtió al catolicismo. Entre sus obras más conocidas hoy se cuentan Prufrock (1917), Poemas (1919), La tierra baldía (1922), Miércoles de ceniza (1930) y Cuatro Cuartetos (1935).

Una lupa sobre una ilustración de una carta del poeta T.S. Eliot en una carta para su ahijado. Foto AP
Una lupa sobre una ilustración de una carta del poeta T.S. Eliot en una carta para su ahijado. Foto AP

Prolífico y mordaz en su escritura, durante la década del ‘30 se dedicó especialmente a la producción dramática –con piezas como La roca, de 1934, o Asesinato en la Catedral, de 1935– y posteriormente se especializó en la crítica periodística como también en el ensayo, donde forjó una intensa labor crítica desde su propia revista, Criterion.

De pensamiento conservador y asumido antisemita, fue empleado del banco Lloyd y luego director de la editorial Faber and Faber. Escritor, editor y crítico: tres frentes en el que Eliot defendió un profundo conocimiento de las raíces europeas para moldear una vanguardia literaria en un mundo desolado por los estragos de las dos guerras mundiales, tierra yerma y estéril, imposibilitada en procrear.

La tierra baldía es un taller literario en sí mismo: las palabras justas y precisas, la poca adjetivación. Eliot parece guiarnos para saber en qué momento hay que contener al caballo y en qué momento dejarlo correr. Y pensar la ubicación de los textos en el conjunto para detectar los focos de violencia, de ternura, de sobrecogimiento”, enfatiza el escritor Walter Lezcano y se permite un análisis sobre la literatura del yo, algo tan asumido en las últimas décadas.

Eliot, sugiere Lezcano, nos dice que primero hay que aprender a mirar el afuera antes que mirarnos el ombligo. “Diseña un yo poético despersonalizado, con citas a los griegos, a Shakespeare, en una lectura que parece abrumarse. Hay una lección de humildad en el uso de las palabras, con una importancia en el proceso de creación antes de llegar al libro. Ahí está la figura de Ezra Pound para decirnos que cortar un texto no es violentarlo, para darnos la enseñanza que no se trata de un rejunte de poemas sino de la construcción de una entidad literaria”.

Alegoría de la decadencia de Occidente, en La tierra baldía hay versos más introspectivos y otros más trepidantes, como un río que corre. Lezcano reconoce en Eliot a un narrador magistral en nivelar tanto el uso de las emociones como de la tensión dramática. No se trata de liberar la emoción sino escapar de ella, en una huida de la personalidad hacia el abismo de la poesía. Y todo bajo un inconfundible sello vanguardista.

“Porque, para la época, Eliot hace un quiebre fundamental en el sentido de que en La tierra baldía no hay que buscar una historia directriz ni una trama que hile las partes –concluye Lezcano–. Con la influencia de Henry James, Eliot produce narrativa desde la poesía en una polifonía donde parecen hablar todos: lo urbano y lo erudito, el río Támesis, los mitos, las ninfas, los misterios de la naturaleza, la muerte”.

PC