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Adiós a Antonio Gala, el poeta y dramaturgo español adelantado a su época

Se ha ido un poeta maravilloso. Despellejado y querido por igual. Mordaz y cursi, culto e implacable, cáustico y sensible, un poeta que fue, quizá, víctima de su personaje, y no por eso su legado es menos precioso. Quien haya leído los libros de Antonio Gala, entre los que se cuenta una auténtica perla como El águila bicéfala, solo podrá coincidir respecto de la calidad de su escritura, tan vituperada como celebrada.

Antonio Gala visitó en 1997 la Feria del Libro de Buenos Aires para presentar su libro La regla de tres, donde cuenta el triángulo amoroso entre un escritor bisexual, una mujer fascinante y un muchacho. Toda una novedad en esa época. En un hotel de Recoleta, con su aire principesco y su habla engolada pero próxima, nos dijo: “Con este libro quise abrir el corazón de mucha gente, iluminarlo, y decirle que los sentimientos nunca son malos".

Fue un adelantado a la hora de hablar de la homosexualidad y la bisexualidad en tiempos hostiles para la confesión pública. Incluso para abordar los amores desenfrenados, como hizo en La pasión turca, llevada al cine por Vicente Aranda en 1994, protagonizada por Ana Belén y Georges Corraface. Fue destrozada por la crítica (incluido el propio Gala), aunque bien recibida por el público, lo que ocurre cada vez más seguido.

Fachada de la Fundación Antonio Gala en Andalucía, Córdoba, donde ha fallecido el poeta y dramaturgo natural de Brazatortas, y donde llevaba afincado varios años. La capilla ardiente se instalará el lunes en esta sede, de 10 a 17 para todo aquel que quiera dar su último adiós al escritor. EFE / Rafa Alcaide
Fachada de la Fundación Antonio Gala en Andalucía, Córdoba, donde ha fallecido el poeta y dramaturgo natural de Brazatortas, y donde llevaba afincado varios años. La capilla ardiente se instalará el lunes en esta sede, de 10 a 17 para todo aquel que quiera dar su último adiós al escritor. EFE / Rafa Alcaide

En su viaje a Buenos Aires, lo entrevistamos en un hotel de Recoleta, donde extrajimos sus reflexiones rotundas sobre la política y los políticos. “La dueña de nuestra casa siempre fue la cultura, que tenía dos criadas, la política y la economía. Un día, ambas comenzaron a engordar y echaron a la cultura de su hogar. Hoy la pobrecita vive en la vereda de enfrente, pero regresará. Esa cultura nos va a salvar”, dijo en aquella época.

Y remató su reflexión: “A los políticos sólo les interesan sus carreras y los pedestales. Pero los ideales de octubre no han muerto, existe aún una utopía que está lejos y hay que alcanzar. Quizá no veamos el mediodía, pero alcanzaremos el amanecer. Los jóvenes que trabajan por los pobres, los médicos sin fronteras, son la levadura de un pan común que está en cocción”.

Poeta sensible

El autor de El manuscrito carmesí escribió tanta poesía, como teatro y novela. Decía que la vida le había concedido la opción de escribir “a cambio de que me convirtiera en un bolígrafo en sus manos". Aunque por vocación, fantaseaba, “hubiera elegido la ebanistería”.

Entrevistarlo era una suerte de puesta en escena en la que aferrado coquetamente a su bastón, Gala actuaba su papel de escritor cáustico o de poeta sensible con aforismos, versos, palabras hilvanas siempre de forma erudita.

Si se le preguntaba sobre la soledad del presente (¡ya en 1997!) Gala respondía: “Si la soledad manchara no alcanzaría el agua en el mundo para lavar la mancha. Lo malo es que quienes están más solos son los que tienen compañía. Al que está solo le quedan esperanzas. Pero a quien se siente solo en compañía, apenas le queda la desesperación”.

Gran amigo del periodista sevillano Jesús Quintero, fallecido en octubre de 2022, el autor de Los papeles de agua parecía expandirse cuando hablaba de pasiones: “Frente a la invitación de la pasión la mayor parte de la gente se detiene, no es muy valiente. Creo que todos, alguna vez, debemos dejar nuestro jardín confortable donde tenemos una moral pequeña y condicionada. Uno verdaderamente cuando abandona el jardín. Si la vida es tan corta hay que llenarla de pasión”.

La presencia de la cultura árabe y andaluza en su literatura es innegable. Considerado un novelista tardío fue en 1990 cuando comenzó a ser considerado en la narrativa.

De los encuentros con escritores se retienen siempre postales. Y fue nuestro compartido amor por los animales la postal que quedó de aquel diálogo previo a su presentación en la Feria del Libro. Entonces ya se había publicado, con el título Charlas con Troylo (su amado perro fallecido), una serie de artículos publicados en El País dominical (1979/1980).

Son monólogos de un marcado tono intimista, donde Gala recorre una infinidad de temas en charlas ficticias con su perro, donde siempre asoman sus reflexiones poéticas: “Nos vamos a pasar unos días a casa de unos amigos que tienen un cachorro. El cachorro será gracioso, incansable y pedigüeño. Tú te has vuelto dormilón, reservado y exclusivista. Lo suyo será la invasión y lo tuyo, el distanciamiento. Porque vivir nos cambia, Troylo. Y una de las cosas más difíciles de este mundo es convivir con aquello que fuimos, exactamente porque ya no lo somos”.

Durante años, Antonio Gala escribió para el diario El Mundo de España una columna que era un látigo sobre los temas caliente de la actualidad. Se llamaba “La tronera”. Las escribía por la mañana, durante el desayuno, y fueron recogidas más tarde en un libro. Eran consideradas “un trasvase preciso e inhabitual entre literatura y periodismo”. Claras, concisas, rotundas; algún crítico las definió como “balas de precisión”, lo que le valió no pocas críticas a su autor.

En aquel único encuentro en Buenos Aires nos dijo que no le temía a la muerte, porque “sin ella nada nos conmovería, dejaríamos todo para el siglo que viene”.

En septiembre de 2011, tras vencer un cáncer, escribió en "La tronera": “¿Batalla acabada? No lo sé aún. Y menos si los sabios que me martirizaron han obtenido el triunfo. (…) Pero necesito decir a quienes se interesan (…) que este viacrucis lo acabé, aunque aún conservo piel de cocodrilo, con buenos resultados; que una primera revisión fue satisfactoria; que yo me encuentro razonablemente animado y razonablemente hecho polvo; (…) Y que algo no ha cambiado en mí: mis sentimientos claros de amistad, de gratitud, de certeza de quienes me acompañan y sin los que no importaría que la vida se me acabara ahora mismo: en el fondo, y en la forma, ya he vivido bastante. Tampoco mi muerte sería hoy prematura. Por eso necesito decir a quienes ya lo saben que, sin ellos, seguir vivo no merecería la pena... Y a quienes me han mandado mensajes de amistad continua y de cariño que la vida, sin esa exageración de que unos cuantos te encuentren necesario, sería un jardín sin flores. El olor de la vida lo ponen los que, de cualquier forma, están más próximos. ¿Qué decir? Sólo gracias”.

Pese a todo, como recordó su gran amigo durante décadas, Andrés Peláez, ex director del Museo Nacional del Teatro: “Después de tantos años y tantos amigos, ha muerto absolutamente solo” y rodeado de personas que “no le hicieron ningún bien”.

Una de sus grandes penas, según señala este domingo la prensa española, fue no haber sido elegido académico de la Real Academia Española.

PC