Argentina
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Barajar y dar de nuevo

Cuando las cosas no salen bien, a veces hay que barajar y dar de nuevo. Otras veces no. Pero, en lo que respecta a la política económica no sólo se trata de barajar y dar de nuevo. Hay que cambiar también el mazo, lleno ya de cartas viejas ajadas. Sobran los ejemplos. La política anti-inflacionaria se reduce a un nuevo programa de precios controlados.

La política cambiaria a múltiples tipos de cambio y cepos de todo tipo. La fiscal a postergar pagos. Y la financiera a acumular deuda en manos del sistema financiero, del BCRA y de organismos del sector público, mientras se patean para más adelante los vencimientos.

Como resultado, las dinámicas de crisis previas a la llegada de Massa al Ministerio de Economía siguen presentes y sólo redujeron levemente su velocidad. La inflación se afianza en el escalón del 6-7% mensual y el deterioro de la calidad del balance del BCRA parece no tener fin. Sin un programa de estabilización, los Precios Justos están condenados al fracaso. Hay ocasiones en las cuales estos programas de precios pueden ser útiles para frenar inercias inflacionarias y coordinar expectativas; pero sin ortodoxia fiscal y monetaria, no son más que un parche.

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En el activo del BCRA, las reservas netas no responden a los anabólicos, ya están por debajo de los u$s 3.000 millones y no muy lejos de los niveles previos al dólar soja (y eso que el acceso a dólares para importaciones sigue como siempre o incluso peor). Y mientras las reservas netas no reaccionan, del otro lado del balance, la autoridad monetaria sigue expandiendo sus pasivos en pesos a tasas que los colocan en el primer lugar del podio de las variables nominales que más crecen.

El ministro se ufana de la no emisión, pero el BCRA continúa con sus operaciones de asistencia al Tesoro mediante otros mecanismos, algunos de los cuales se intensificaron en las últimas semanas, como la compra de bonos en pesos en el mercado secundario. Resulta que ahora, el Ministro le sugiere a quien quiera escucharlo que el problema de la deuda en pesos lo generan los economistas de la oposición que sostendrían que esa deuda no se va a pagar. Una excusa muy pobre y que nadie toma en serio porque todo el mercado sabe, y muchos analistas lo alertábamos desde el año pasado, que la bomba de la deuda se armó durante la gestión de Martín Guzmán y se terminó de perfeccionar por el mismo Massa con el canje de deuda de agosto y el de noviembre.

Frente a estas dinámicas, desde el Ministerio de Economía confirman con sus intervenciones públicas algunas de nuestras peores sospechas: que en las actuales condiciones políticas no habrá plan económico; que no se puede devaluar, porque hay riesgo de que salga mal; y que hay riesgo de que se produzca un Rodrigazo. Para calmar los ánimos, de tanto en tanto (y sobre todo los fines de semana) una ola de rumores de supuestos ingresos extraordinarios de dólares, provenientes de nuevo financiamiento o de alguna otra intervención sectorial (algún nuevo dólar o el regreso del dólar soja), se instala en los medios. Pero nada de eso es suficiente frente a la contundencia de las declaraciones públicas de los funcionarios.

El viceministro Gabriel Rubinstein sostuvo que una devaluación tiene que hacerse cuando se sabe que va a salir bien. Si bien no explicó qué sería para él "salir bien", para nosotros una devaluación exitosa implica que el mercado la perciba como la única y no cómo la primera (de muchas). Y para eso lo que se necesita es un programa. Las devaluaciones que salen mal son las devaluaciones sin plan. Los dichos de Rubinstein confirmaron que no habrá plan. Su miedo a la devaluación es porque sabe que no se puede armar un programa consistente y sólido, y algunas especulaciones que se hacían sobre la posibilidad de que se esté trabajando en un programa tal quedaron sepultadas por sus dichos.

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La actitud pasiva del Gobierno, con funcionarios que se plantan como panelistas frente a los hechos, es impactante y hace muy difícil no terminar compartiendo con ellos su inocultable resignación. Con trece meses de gestión por delante, parece demasiado pronto para entregarse y sólo esperar a ver si se consiguen algunos dólares extra hoy (a cambio de menos mañana). Es prácticamente inexorable que las expectativas de inflación y de devaluación se sigan deteriorando en estas condiciones. Además la sequía sigue afectando al 50% del territorio argentino, lo que reduce el ritmo de siembra y las perspectivas de cosecha de maíz y soja, mientras una gran cantidad de sectores productivos se ve amenazado por la falta de acceso al mercado de cambios para pagar importaciones.

Sin programa económico y con declaraciones que no hacen más que comprometer aún más las expectativas, el mercado renovó sus sospechas sobre la posibilidad de un evento cambiario y de deuda en un futuro no muy lejano. Como en tantos otros episodios de la historia económica Argentina, el termómetro será, qué tan rápido reaccionan los dólares financieros (la brecha) y, en función de eso, en qué momento el Gobierno decidirá más por "susto" que por "convicción" (como dijo el propio viceministro de economía) proponer nuevas medidas en materia fiscal, monetaria y cambiaria. Pero las correcciones reactivas no tienen la misma efectividad y resultan mucho más costosas que las que se hacen a tiempo, pro-activamente y por convicción.

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