Argentina
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Cartas de lectores II: cuando el futuro va a contramano

Era el año 1994 y mi adolescencia recorría las tórridas calles del centro tucumano, en busca de algo fácil, rápido y económico para saciar mi hambre. Era la época en que las peatonales tenían en pie los fragantes naranjos que un mal llamado y peor planificado “progreso”  vino a destajar para ser reemplazados por luminarias. La sombra del Mercado del Norte se convertía entonces en refugio y descanso imprescindible. En las siestas, a la salida de la escuela (y poco más adelante, iniciando mi vida laboral en uno de los puestos de ese entrañable Mercado) podía sentirse flotando, junto con el de azahar, el aroma inconfundible de los panchuques; esa masa crujiente que contiene una salchicha (a veces queso) y que es plato y envoltorio a la vez. Es snack y es comida, es tentación y es pueblo. Frente a la máquina de panchuques se juntan quienes no llegarán a la hora del almuerzo familiar, quienes no lo tendrán jamás, quien se tentó por el olor, el habitué, quien sale del partido de fútbol, el taxista, a la salida de la escuela, todos en torno al calor eléctrico de la panchuquera, sintiendo que algo más que el aroma envolvente los está abrazando... Tradición es la transmisión de las costumbres de un pueblo, de generación en generación. Con más de medio siglo de historia, el panchuque no puede ser ninguneado como elemento popular y menos aún como fuente de trabajo. Con él no sólo se alimenta quien lo compra, sino la familia entera que de ello depende. El progreso sólo puede impulsarse cuando estamos firmemente asentados en nuestras bases. Panchuque, Mercado y Pueblo llevan decenas de años de armonía y apoyo mutuo. Desconocer esa realidad es desconocer las raíces, de ningunear el pasado popular, pero más tristemente aún, el propio. Quizá debiéramos plantearnos si estamos apuntando correctamente la flecha de nuestra evolución.

María Soledad Álvarez Natale