Argentina
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Cartas de lectores IV: austeridad, un buen hábito

Hemos visto estos días, con perplejidad, que la autoridad máxima de nuestro país, junto a una comitiva de casi 50 personas, viajó a los EEUU. Al decir de fuentes “cercanas” se la calificó de reducida. Pero, ¿realmente esto es así? Se está pasando por una de las mayores crisis económicas de todos los tiempos, con una clase media muy empobrecida, carencias elementales e instrucciones permanentes para que nos ajustemos el cinturón y no gastemos los dólares. Pues bien, parece que el saludable hábito de la austeridad no está en la agenda (ni estuvo tampoco en la educación de los dirigentes). En lugar de encarnar ejemplos de mesura, fueron a gastar esos dólares y recursos del Estado a los que pocos pueden acceder y menos gastar libremente. Se entiende que una persona es austera cuando no despilfarra sus recursos, lleva una vida sencilla, sin demasiados lujos, y es capaz de poner límites a sus impulsos (compras, etc). Por lo tanto, digamos que resulta importante educar en la austeridad: ¿Suena antiguo? ¿Siglo pasado? ¿O es que perdimos esos buenos hábitos y costumbres y hoy racionalizamos concluyendo que “los tiempos han cambiado y está todo bien así”? La austeridad, la laboriosidad, son cualidades propias de una sociedad que se precia de querer ser mejor. Debiéramos preocuparnos para que estén presentes en nuestros temas de educación, porque los dirigentes salen y se nutren de nuestra sociedad. Estos hábitos saludables eran aquellos que se incorporaban en el hogar y luego se confirmaban en la escuela; eran tanto para el trabajo como para el estudio, para la calle como para la vida privada y para todas las relaciones humanas. Estas enseñanzas posibilitaban convertir a las personas en más responsables y solidarias. Pensemos que gran parte del problema en Argentina fue y es educativo y que debemos primero revertir la poca adhesión al hábito de la lectura, palpable hoy en nuestros jóvenes; a continuación promover con inteligencia la laboriosidad y, por último, favorecer la austeridad en la gestión, para que con el ejemplo se haga más creíble la palabra, cuyo valor está hoy tan devaluado.