Argentina
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El adiós a Noé Jitrik, gran renovador de la teoría y la crítica literaria en el país

Conocí a Noé Jitrik el 1° o el 2 de septiembre de 1998. Recuerdo la fecha casi con exactitud, porque el Centro de Estudiantes de la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario había organizado unas jornadas: Miradas y Miradas. Las vanguardias en la Argentina. Todavía eran aquellos los tiempos de la teoría y de la crítica literaria.

Dueño de uno de los nombres más mnemotécnicos de nuestra literatura, la de Noé era una participación muy esperada: él daría una de las conferencias plenarias del congreso. Por alguna razón, a último momento, se me encomendó que lo presentara. Ciertamente yo era todavía demasiado joven, y no tenía plena conciencia de la importancia de ese hombre.

Aún así, bastaron unos pocos segundos para percibir su aura. Recuerdo que antes de la conferencia debimos ir a buscarlo al aeropuerto. También hicimos un poco de tiempo en el café del Centre Catalá, que quedaba enfrente. Cuando se hizo la hora, acompañé a Noé por los pasillos.

Uno de los tomos de "Historia crítica de la literatura argentina", de Noé Jiitrik.
Uno de los tomos de "Historia crítica de la literatura argentina", de Noé Jiitrik.

¿De qué habló Noé exactamente aquella tarde? Ante un auditorio colmado de estudiantes, yo debo haber leído algunas líneas. Debo haber tomado el micrófono y resumido algunos datos: los títulos de sus libros, los años de edición, los nombres de algunas universidades.

¿A esos pulsos se reducen los espesores de una vida? ¿Con qué datos simplificar los episodios de una biografía? ¿Y qué decir de una vida toda ella consagrada a la literatura, un oficio en el que, después de miles de páginas escritas y leídas, se cae en la cuenta de que todas las palabras que uno ha escrito o visto, fueron trazadas a pulso o recibidas de a una?

Serían las 18 cuando Jitrik atravesó el hall. Cruzó los pasillos de la planta baja y subió al estrado. Hace algún tiempo me enviaron una fotografía de aquel momento. Salido de aquella experiencia fundante, mis encuentros inesperados con Noé han sido una constante.

En noviembre de 1951, encontramos su nombre en el primer número de la revista Centro (1951-1960), revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Firmando un texto que se titula Poema. Si recordamos su delicada sensibilidad poética, no es difícil que este gran hombre, verdadero renovador de la teoría y la crítica literaria en el país, haya comenzado precisamente por allí: por la escritura de unos aparentemente “desapercibidos” versos.

"La vuelta incompleta", de Noé jitrik.
"La vuelta incompleta", de Noé jitrik.

Ya desde aquel texto, encontramos que lo fundamental para Noé son las atmósferas. La literatura es una cuestión de atmósfera. Los géneros son algo que viene después. Podríamos decir que es ese uno de los grandes asuntos del escritor polígrafo: encontrar en otra cosa, que no tiene nada que ver con las profesiones o los géneros, el pretexto para que una experiencia tan radical como la escritura se produzca.

¿Y qué encontramos en aquel primer poema de Jitrik? La palabra muerte subrayada, convocando ahora toda una historia circular que, este modesto escrito de ocasión, hoy no quiere tener la responsabilidad de cerrar.

Sin mudarse de barrio, el mismo concierto de nombres que acompaña a Noé entre las páginas de la revista Centro, da vida dos años más tarde a las arltianas páginas de la revista Contorno.

En los años 50, Noé Jitrik no es el estelar conferencista que será al filo del siglo XX, sino el miembro pleno de una generación: nada menos que de la misma pléyade que ideó el concepto de generación para organizar el siglo.

Allí deja estampado para siempre su nombre junto a los de Ismael y David Viñas, Jorge Lafforgue, Oscar Masotta, Ramón Alcalde, Juan José Sebreli, Adelaida Gigli, Regina Gibaja, León Rozitchner, Carlos Correas, Tulio Halperin Donghi, Darío Cantón, Adolfo Prieto…

Contorno significó una ruptura con la crítica filológica y estilística que la había precedido. A partir de la empresa contornista, o incluso a partir del trabajo fundamental que dentro de la crítica realizan en la década del 60 algunos de sus miembros más destacados, se allanara el camino para la contaminación teórica de la ficción, una curiosa empresa sin cuyo verdadero análisis se lee de un modo distinto toda la historia de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX.

Escrito al filo de la década, Horacio Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo (1959), es el gran hito fundacional de aquella renovación de la teoría que Noé está emprendiendo. Leído en una cátedra de Literatura Argentina, el libro puede aparecer como el paradigma mismo de la renovación crítica aplicada a un solo autor.

Comparado con Genio y figura de Horacio Quiroga, la ineludible biografía que Emir Rodríguez Monegal concibió en 1967, cuesta creer que el libro de Jitrik se haya escrito antes. ¿Pero cómo? Jitrik todavía no ha ido a Francia, no se ha exiliado, no ha sido catedrático en México: ¿a qué bibliografía atribuir esa renovación crítica?

A la lectura de Maurice Blanchot, indudablemente, cuyo nombre aparece entre las páginas del libro, pero de quien Jitrik además toma algunos conceptos fuertes: experiencia, escritura –la idea de la escritura como una experiencia límite, la búsqueda de la obra–, la soledad, la relación de la literatura con la muerte. Difícil poner en un sintagma actual todas esas ideas juntas.

Son, en efecto, palabras arrancadas de un mundo existencialista. ¿Horacio Quiroga encarna para Jitrik el ideal del escritor blanchotiano por excelencia o, a la inversa, en Quiroga encuentra Jitrik a un escritor con el cual probar sus últimas lecturas? Quiroga, que renuncia al mundo para dedicarse a la literatura, encuentra en la literatura todas las experiencias y los riesgos del mundo.

Las nociones de lectura que le provee Blanchot, no le quitan a Jitrik la posibilidad de hacer sus propias jugadas críticas. Para Jitrik, Quiroga es nuestro: porque hace de la inmodernidad –de la precariedad de su viaje iniciático por París– el cimiento para el edificio de una modernidad nueva.

Referente en carreras de Literatura

Entre los años 50 y la tercera década del siglo XXI, Noé ha sido el Director del Instituto de Literatura Hispanoamericana (1991-2022), coordinador de los doce tomos de la Historia crítica de la literatura argentina (1999-2018), autor de libros claves y únicos, como El fuego de la especie (1971) o Destrucción del edificio de la lógica (2009).

Y autor de "Las dos tentaciones de la vanguardia” (1995), uno de los ensayos más leídos en las carreras de Literatura del país. En 1928, Huidobro huye disfrazado de Chile en limusina y raptando a una doncella. Tras el rapto de Ximena, va camino a Europa para transformarse en cosmopolita.

En 1949 Neruda hace lo propio, también disfrazado. A caballo cruza los Andes con manuscritos de sus libros en las alforjas. Es de notar –nos dice Noé en el primer párrafo–, que de esas dos experiencias tan radicales y opuestas, hayan salido dos libros fundamentales: Altazor y Canto general. Estudiar la arquitectura a veces equívoca de las oposiciones, es la tarea de ese ensayo.

Muchos años después de aquella ocasional presentación en un Salón de Actos de los años 90, terminamos con Noé compartiendo barrio de oficinas: en el bajo, en las inmediaciones de los Institutos de Investigaciones de la UBA. O compartiendo misteriosamente otro panel, otro Congreso.

Y hasta las páginas de un libro. Cuando conversábamos, me decía que para él era extraña esa colocación suya en la teoría: y deslizaba en su reemplazo, con suavidad, otros domicilios: la literatura, la escritura.

A menudo nos sucede con nuestros familiares más queridos. Por verlos en lo cotidiano, terminamos por naturalizar su presencia. Podíamos verlo con su aura de siempre, participando en los Simposios de Investigación que Jimena Néspolo organiza para el Instituto de Literatura Hispanoamericana.

Disertando o compartiendo impresiones junto a Celina Manzoni, Roxana Patiño o Pablo Rocca. O presentando un libro vía Zoom en México, sobre redes literarias e intelectuales junto a Liliana Weinberg en la UNAM. Tropezaremos con los retazos de esas charlas en la web.

Pronunciaremos su nombre en nuestros cursos de literatura el próximo mes, la próxima semana. Rozaremos sus últimos libros con nuestras manos, cuando pasemos la vista por los escaparates de una librería. Pasaremos nuestras yemas, como quien acaricia un animal, por la portada de un volumen suyo cuando ordenemos nuestra biblioteca.

O daremos inesperadamente con su imagen, en una borrosa fotografía de los 90: dictando una conferencia sobre las vanguardias, en un momento de su vida que, por enigma, también nos pertenece.

PC