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Entrevista a Enrique Medina: “El escritor escribe, siempre, en horario corrido”

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Conocí a Enrique Medina - hace de esto más de cuatro décadas - en la mesa de café en torno a la cual el ya destacado novelista, crítico, parapsicólogo y criminólogo Juan-Jacobo Bajarlía reunía a jóvenes con inquietudes literarias. Así también surgieron amistades con Juan Carlos Martelli, Héctor Lastra, Carlos Vladimirsky, Juan Carlos Licastro y algunos otros. Claro, Medina - para entonces - ya había sacudido el mundo cultural con su novela Las Tumbas -libro emblemático en la literatura argentina- a la que siguieron Sólo ángeles, Transparente y Las hienas. Luego hubo muchísimas obras más y traducciones a casi todos los idiomas.  Siempre me resultó apasionante conversar con Enrique Medina. Sobrio. Concreto. Preciso. Capaz para transmitir ideas que, al menos a mí, más de una vez me taladraron los pensamientos abriendo la mente hacia rumbos magníficos y antes inimaginados.

- ¿En qué ha cambiado la literatura desde los años 90 hasta ahora?

- Apenas usted menciona los años 90, me surge, luminoso, el nombre inolvidable de Octavio Paz. Él recibe el Premio Nobel ese mismo año. En su discurso de aceptación se asume admirador de Quevedo y Lope de Vega, pero con la distinción primordial de asumirse mucho más como escritor iberoamericano. Menciona también el surgimiento triunfal de la literatura anglo-norteamericana y la hispanoamericana. Habla de la literatura que nos hizo soñar de jóvenes y del instante clave en el que él siente, mal sorprendido, el rompimiento del encanto. Encanto literario y político, entiendo yo. Y ese rompimiento se da en él cuando descubre que detrás de la idea libertaria, no liberal, se esconde la máscara del tirano. Aquí Octavio dramatiza diciendo que aceptó lo inaceptable y se recibió de adulto. A partir de allí se dedicó a escribir sin preguntarse por qué lo hacía. Escribía aceptando un supuesto mandato supremo. Y hasta aquí yo quería llegar, entender el ejercicio desesperado de escribir con la misma desesperación del bebé que es arrojado a una piscina y nada, anhelante, recurriendo al mágico “estilo perrito” buscando la orilla salvadora, como si ella fuera la meta que otorga el diploma de la adultez. Porque esa es la cuestión, simple cuestión… Volviendo a su pregunta, pensemos que si en los 90 ya habían hecho sus garabatos los mencionados más arriba, sin olvidarnos de Hemingway y su amigo Pío Baroja, mi adorado Mickey Spillane, el siempre incómodo Marqués de Sade, y tantos y tantos, y todos los de hoy, como Claudia Piñeiro, Leonardo Oyola, Carlos Crosa, José María Marcos, Carlos Marcos, Darío Lavia, Álvaro Praino, Alejandra Tenaglia, Juan Borges, Gabriel Bianco, Diego Kenis, Carlos Morelli, Fabián Vique, y los que usted y el lector piensen que me olvido. Ellos, en conjunto e individualmente, sensibles y feroces, llenos de energía, felices de que las obras mayúsculas ya estén escritas y, por lo tanto, sin tener la obligación de generar obras de arte únicas, no cesan de empujar este esplendoroso carro, bello y exigente, llamado literatura, que supone el privilegio y el goce de un estadio que se acerca al paraíso, y sin embargo es el mismísimo mundo que transitamos juntos para bien y para mal. Mal, sí. Infierno, dirán unos; no tanto, dirán otros. Así, mal que le pese a mi adorado Ezra Pound, que se salvó de pasear por mi novela de horror canibalesco, El jardín de Anias, que si no, mucho peor hubiera podido ser su diagnóstico… En fin, y en acotada síntesis, me confieso desolado y sin respuestas a su amable y primera pregunta.

- ¿Cuáles son las principales características distintivas de la novelística actual?

- Quizás esta pregunta sea más precisa para un ensayista, un pensador de fuste, que para un simple obrero de la literatura, como decía Don Osvaldo Pugliese acerca de su profesión de tanguero. Pero lo mismo intento responder yendo al bulto ya que de algún modo aprendo. Sospecho que “las principales características distintivas” que usted propone, tienen que ver, y mucho, con la misma época que nos contiene. Quiero decir que me resulta fácil entender una época leyendo a un escritor. Posiblemente sea uno de los escritores que más amo, Balzac, quien mejor responde a la pregunta con su propia obra; y más digo, con su propio proyecto, ya que era tanta la ambición de esa propuesta que no pudo terminarla. Él logró caracterizar la Francia de su tiempo realizando una literatura gigante con miles de personajes descriptos minuciosamente en sus encantos y en sus debilidades humanas. De este modo él rubricó su tiempo de manera estupenda. Y, en lo suyo, también cada uno de los otros apostó a lo mismo. Remarque con Sin novedad en el frente, Tolstoi con La guerra y la paz, Mailer con Los desnudos y los muertos, Eustasio Rivera con La vorágine, por supuesto Dante con su Divina Comedia, Borges con El Aleph, y ni hablar de nuestro genial José Hernández con su monumento literario Martín Fierro… De este modo podemos seguir unas cuantas largas páginas más. Pero, intentando hilar fino, ¿por qué no hablar de la evolución cultural como influencia en el arte, y de ahí, extraer esas características distintivas? Creo que es fundamental señalar el impresionante avance tecnológico en los últimos años. Tan implacable ha sido en los inconsistentes humanos este insolente avance que, paradójicamente, cuánto más se tecnifica nuestra vida, más involucionamos como sociedad, así nuestros gobiernos vuelven a gozar de grandes porcentajes de masas analfabetas, y ya a nadie le interesa estudiar Matemáticas porque un insignificante calculador resuelve cualquier operación numérica. Confieso mi enorme depresión al ver gente, casi la mayoría, cruzando avenidas sólo atendiendo el celular que los hipnotiza. Bandadas de pingüinos obsesionados con el espejito de color. Hemos vuelto a los espejitos de colores como cuando el injustamente defenestrado Don Cristóbal Colón plantó su bandera en nuestra amada América. Si hasta mi hijo querido, mientras jugamos al ajedrez en estas playas de Cap. Ferret, por suerte todavía con algo de salvajismo, me deja colgado con el caballo en la mano debido a que le urge atender su celular donde le informan el horario y rebaja de precios de algún artículo codiciado en el mercado negro u otro. Pero no me ofendo ya que en mi novela Los hamsters supe anticiparme a esta inconducta de la nueva juventud dorada… Retornando la pregunta, pienso que algunos ingredientes groseros y necesarios de una no muy lejana novelística, ya han dejado de ser apreciados por los lectores ávidos de emociones, como yo cuando leía novelas policiales y al filósofo Sade… Esto ha hecho que el escritor bucee más hondo y obtenga felices resultados. También se ha de tener en cuenta que los escritores de hoy están mucho más formados y es así como nos sorprenden novelas específicas sobre economía, sobre perfumes y hasta sobre la cocina y los mil modos de hacer desaparecer un cadáver cociéndolo a temperaturas superiores a las necesarias para un suave conejito… Hoy en día, los escritores compiten con sus novelas para demostrar que saben más que los colegas en algún ramo de la tecnología, y se imaginan que esto es la cima de la ambición literaria; antes había géneros especializados, como la novela policial, de espionaje, erótica, o de ciencia ficción, pero los autores tenían la modestia de obsesionados mecánicos que se sabían suplentes periféricos en el mercado de la “novela barata”, y sin embargo podían llegar a deslumbrar. Hoy se olvida que los grandes novelistas son los que nos dejan sin aliento porque saben golpear despiadados nuestra vanidad, al destapar nuestros inconfesables secretos del alma, no simples imitadores de algún robot sofisticado. Por ahora me conformo con los que más me interesan, los que investigan en temas históricos, que por chatos que sean, algo provechoso nos enseñan.

- ¿Qué importancia tiene el e-book y la venta de libros en internet?

- La máxima importancia, ya que se trata del cambiante mundo de las futuras generaciones. Confío en que el negocio del libro se horizontalice con el e-book, para que puedan coexistir las grandes y poderosas editoriales con las pequeñas y, aún, pactar con las empresas más marginales. Los lectores votan mucho en Internet, ya es automático el sobrio pulgar en alto o el mortal pulgar hacia abajo; así le cortan el paso a los críticos profesionales que a veces tienden a la mezquindad o a la censura ideológica. En este caso, mi exigencia es la de siempre, pobre y elemental, pero firme: que todas las voces y los distintos criterios y pensamientos puedan ejercer el pleno derecho de la libertad de expresión. Todo dependerá de los lectores activos, los que piensan; y ya no de los lectores-ganado, que son aquellos funcionales a imposiciones políticas e ideológicas, llevados de la nariz al matadero, como se hace con las vacas, según el signo ideológico imperante. En realidad, esto suena optimista, pero no estoy diciendo nada nuevo. Esto siempre se dio, hay lectores de vanguardia como escritores pioneros. Pero también puede volver lo peor de la pasividad del lector; viendo cómo se va ordenando el mundo, cómo la política y las fronteras se van tiñendo de perturbadoras neblinas tóxicas. Me temo que si en estos años que siguen no se endereza el volante, puede ocurrir que el desmesurado avance tecnológico que en mucho beneficia a la humanidad, también pueda perjudicarla mucho, ya que la ingeniería social y mental pretende imponernos los algoritmos de la inteligencia artificial, y perturbar todos nuestros sanos instintos en la búsqueda de la verdad.

- ¿Está trabajando en un nuevo libro?

- Mi estimado amigo, me deja la pelota picando para que haga el gol tan ansiado de regalo. A mi edad ya no tengo las piernas fuertes y la agilidad de cuando jugaba al fútbol en los institutos de menores. Institutos que me dieron la posibilidad de escribir una novela titulada Las Tumbas, que este año cumple su primer 50 aniversario, y sigue interesando como al principio, ganando día a día nuevos lectores. A pesar de la carencia de juventud física, pondré en juego las habilidades que nuestro Dios provee a los que hemos abusado del tiempo, intentando lucirme adecuadamente, al menos con decoro. En este instante crucial, siento que mi buen amigo Henry Miller me palmea el hombro dándome ánimo. Sí, no se asombre, con Miller fuimos y seguimos siendo muy amigos. Muchas veces me pareció que estaba hablando de mí en sus escritos, y en las lecturas de sus libros otras veces supe hallar a un desesperado chapaleando en un mar turbulento, extendiéndome su mano para salvar su vida. Y este gran amigo, junto a tantos otros que guardo muy cuidadosamente en los anaqueles de mi amada biblioteca, me impulsan con brío para que yo dé una respuesta adecuada. Son tantos los libros que leí de Miller, creo que todos los traducidos y publicados en México, España, Argentina; que no sé en cuál me apoyo en este momento. En uno de ellos afirma que sus mejores libros los escribió de chico cuando viajaba en tren. Recuerdo que esa línea la subrayé porque sentí que la había escrito yo. Lo mismo me pasaba a mí cuando los fines de semana desde mi casa retornaba en tren al internado. El viaje era largo, atardecía, y mi mente mezclaba las novelas de cowboys de Zane Grey con los campos escapando de mi vista y un brioso caballo galopando veloz a la par de mi vagón para que yo saltara sobre su lomo y enfrentara a los malos. Casi de inmediato anochecía y me recuerdo reflejado en la ventanilla, que ahora había dejado de mirar hacia afuera y en cambio miraba hacia el interior, sus butacas, su gente sentada, durmiendo, leyendo un diario, fumando. Ya entonces entreví que ese cambio de la ventanilla era más profundo de lo que se mostraba; me daba cuenta de que yo era vulnerable y mi rostro infantil reflejado en el vidrio era una introspección sorpresiva que me mostraba frágil y desnudo. Sin saberlo, ya estaba escribiendo. El escritor escribe siempre, en horario corrido, no hay medida ni reloj, ni sábado, ni domingo, ni vacaciones, ni hora de reflexión, ni nada que interrumpa su pensamiento en lo que ve y reproduce, pintando, esculpiendo, generando una obra como sea, aún castillitos de arena en las playas de la creación. El escritor está siempre pensando su obra siguiente. René Clair, uno de los mayores cineastas franceses, decía: “Ya tengo hecha mi próxima película hasta el final, sólo me resta filmarla”. El artista vive pensando en lo que creará. Crea al tiempo que ve y escucha, reflexiona y convierte lo visto en singularidad. Cuanto más riguroso es el creador, más le fastidia el trabajo a hacer. El genial Ezra Pound, artista riguroso como pocos, tiene un poema magistral donde le pide a Dios que le quite esta maldita profesión de escritor que lo obliga a pensar todo el tiempo, y le dé en cambio un pequeño quiosco de cigarrillos donde pueda charlar banalidades con la gente. Bien, una mezcla de todo esto es quien está conversando con usted diciéndole que tengo en mente y, ya trabajando con todas mis fuerzas, unos dos millones de novelas y otro tanto o más de cuentos y relatos. ¿En cuál de estos proyectos estoy abocado en estos momentos?... No lo sé… Pero para tener algo de precisión puedo decirle que por donde miro hay cajones con apuntes y esbozos escritos que desean convertirse en novelas, relatos, lo que sea, para crecer, ser algo, dejar de ser proyecto y caer en forma de libro en las manos de un lector fiel, cómplice, que nos dé cobijo en un anaquel; contrariamente al lector desaprensivo, indiferente o engreído, que en las primeras páginas dobla la esquina de una hoja olvidándonos para siempre. Pero sí, le afirmo, a pesar de esta mala eventualidad, le repito que sí, que tengo y tendré proyectos hasta que el Señor de las Alturas me avise que ya se pasó mi cuarto de hora, como dice un tango sabio; o como mejor dice en el final de una de sus bellas novelas otro gran amigo, Don Leopoldo Marechal, “Y adiós, que me voy…” En fin, agradeciendo su reportaje y no escapando por las ramas, pienso redondear un pequeño libro sobre mi entrañable Rita Hayworth. Será en la línea de mis libros de poesía, como Ocre Urbano, o Sudores y tajos. Aunque al principio intenté hacer una novela sobre su vida al estilo de ¡Priscila, Priscila!, que es el libro tenebroso de mi madurez. Por este libro recibí gran cantidad de mails de los lectores, emocionados y fascinados por el suspenso logrado. Como verá, de modo contundente le respondo que sí, que estoy trabajando en otro libro. Y en otro y otro y otro más, porque es mi manera de ser honesto conmigo mismo, leal con los lectores, y útil como ciudadano en un país (mi hermoso país) que, desgraciadamente, se va disolviendo como mentirosa humareda de la nada…