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Por qué China mira a la Argentina en clave global: su filosofía y estrategia de integración

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"China es como el agua, no es como la roca. La roca puede parecer más firme y resistente pero cuando algo la golpea, se quiebra. El agua fluye, rodea la roca, perdura". La metáfora fue un obsequio a este cronista de uno de los cuadros de la juventud local, en una conversación informal que poco tuvo de fortuita, mientras d disfrutábamos de una cena protocolar en la ciudad de Jinggangshan tras varios días de travesía compartida, gentileza de la Federación Internacional de Jóvenes de China (ACYF) y el Centro Latinoamericano de Estudios Políticos y Económicos de China (Clepec) . 

En vísperas de iniciar la intensa agenda de la comitiva argentina por Shangai y Beijing, la figura permite entender la vigencia de este gigante cuya edad se mide en milenios frente a los más grandes imperios de Occidente. China no confronta si el rival es demasiado grande para vencer. Se repliega hasta que otro más grande quiebre a la roca. Y entonces fluye a través de las grietas para seguir su camino, como desde hace miles de años.

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 Dos semanas entre Beijing y Shangai con una pequeña estancia en la provincia de Jiangxi, cuna de la revolución maoísta, no bastan para conocer a China aunque sí aportan una primera aproximación a su forma de pensarse en el mundo. China no apuesta a exportar su modelo como si de un recetario se tratara pero sí aspira a marcar un nuevo rumbo, autónomo, ajeno a los estándares atlánticos.

En ese esquema, la Argentina así como todo Latinoamérica y el Caribe constituyen la última posta de su expansión global tras crecer en las últimas décadas a lo largo de Asia y África rumbo a Europa y de allí dar el salto al otro extremo del mapa. La Ruta y la Franja a la que nuestro país adhiere encarna el mayor desafío geopolítico de China, uno que Washington mira con recelo y al que intenta bloquear con jugadas cruzadas porque sabe que el agua consigue pasar.

China no pretende crear un nuevo mundo sino mostrarle al resto de los países cómo ellos crearon el suyo, desde que el arquitecto de la Apertura y Reforma, Deng Xiaoping, diera el primer paso en los'70. Así, la competencia de China con sus rivales se plantea en las mismas canchas que supieron dominar las potencias occidentales de forma ininterrumpida hasta ahora, de la tecnología a la infraestructura y también el desarrollo sustentable. La disputa por los espacios de decisión se da en los mismos organismos internacionales.

Si su vía de construcción termina imponiéndose al final a través del comercio y la cooperación -sus cartas de presentación-, el resultado será una China que habrá exportado su paradigma, conectándose a partir de inversiones y comercio, reconfigurando al final del proceso los estándares que fijan el modo de hacer las cosas. Planteando una alternativa.

De allí el interés de esta sociedad por abrirse a Occidente a lo largo de los últimos 50 años de historia. No solo de su dirigencia política sino también la empresarial. En una sociedad de 1400 millones de personas, la exigencia y la férrea disciplina social moldean a quienes alcanzan la vanguardia, un sendero escarpado y sacrificado. No es casual que en su formación también estudien los idiomas de Occidente, el inglés y el español, porque China no reafirma su potencialidad levantando murallas, como en otras épocas, sino tendiendo puentes.

"No necesitamos el dinero de Occidente. Porque acá tenemos el dinero", se sinceró otro referente, mientras el barco surcaba el río Huangpu junto al Bund de Shangai. Colosos de contornos extravagantes, luces y cristal, se alzaban sobre las márgenes, con los nombres de muchas empresas ya familiares. Como la proa en el agua, China mira hacia esta parte del mundo y avanza sobre el territorio de proyección natural de su rival porque sabe que tarde o temprano podrá pasar.

China no apuesta a exportar su modelo como si de un recetario se tratara pero sí aspira a marcar un nuevo rumbo, autónomo, ajeno a los estándares atlánticos

Por qué China se considera una economía en vías de desarrollo

Hoy, el volumen económico de China la ubica en el segundo lugar en el mundo entre las economías. Del mismo modo, sus firmas son sinónimo de inversiones en Argentina y otros puntos de Latinoamérica y el Caribe en campos estratégicos como la infraestructura energética y la minería. También el desarrollo de su tecnología la pone en competencia con las empresas de Occidente en rubros sensibles como la inteligencia artificial. Y así y todo, sus autoridades califican a China como un país en vías de desarrollo.

¿Humildad o estrategia de integración? No hay una respuesta simple a esa cuestión tampoco. Sin ir más lejos, la etiqueta sorprendió a más de un latinoamericano y caribeño que, junto a El Cronista, formaron parte de este programa de cooperación internacional a lo largo de las últimas semanas. Un artículo difundido por parte de los organizadores chinos, nuevamente, acerca a una posible interpretación. 

En términos socio-económicos, China afirma haber alcanzado su gran objetivo de erradicación de la pobreza a nivel nacional en 2020. No obstante, persisten desigualdades para corregir, en particular entre las zonas urbanas y las rurales y los diversos puntos geográficos del país que ahora trabaja en subsanar con políticas como la revitalización rural. 

Por ende, la regla para medir el salto a una economía desarrollada -entienden sus autoridades- no se concibe en base al PBI nacional sino al ingreso per cápita, que refleja verdaderamente la capacidad de desarrollo económico individual de la sociedad y el nivel de vida diario. Lo dicen las estadísticas que ellos miran: en 2022, el índice de desarrollo humano de China (idh) situó al país en el puesto 68 en el mundo, casi diez posiciones por debajo de solo un año antes pero todavía por debajo de la media global de u$s 12.875Con una población mucho más cuantiosa, China estaba aún a distancia de otras potencias regionales e internacionales con las que compite como Japón y Estados Unidos.  

Pero como nada es lineal en China, también aquí hay una acepción que no confronta con la primera, más bien la complementa. Y se basa en la estrategia de asociación de China sobre la base de la prédica del "respeto" y el "beneficio mutuo"diametralmente opuesta a las relaciones asimétricas que le endilgan a las potencias atlánticas a la hora de tejer una gobernanza global asimétricas bajo el disfraz del multilateralismo.

En tal sentido, la expansión de China nunca se concretará desde una posición dominante, al menos en lo que refiere a su abordaje porque -dicen sus intérpretes- el gigante asiático ha compartido aspiraciones y experiencias comunes durante los siglos del imperialismo occidental con las naciones de África y Latinoamérica y el Caribe. 

Y esas presiones también la relegaron, en el siglo XIX, a una condición de sociedad semicolonial y semifeudal, con sus principales puertos comerciales, como Hong Kong y Macao, fuera de su jurisdicción. De ahí el objetivo de mostrarse como una alternativa en la construcción de autonomía e integración mundial para aquellas naciones con las que China afirma haber compartido sus raíces.

Otro gesto cotidiano en la mesa china es sumamente ilustrativo de la conducta geopolítica de China. En un brindis, el anfitrión jamás buscará colocar su copa por sobre la de su invitado, ni siquiera al mismo nivel, sino que chocará el cristal a la mitad de la copa de quien tiene delante para demostrar su humildad. Tampoco expondrá su condición de gigante a la hora de sentarse a dialogar con la contraparte porque va en contra de sus principios de relacionamiento internacional. 

En el fondo, es innecesario: cada uno sabe el peso relativo y el lugar que ocupa con su margen de maniobra y posibilidades en la mesa global.