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Tragedia en Santa Fe: el terrible relato en primera persona de un pasajero que pidió ayuda con un encendedor

“Cuando abrí los ojos no entendía nada de lo que estaba pasando. Me desperté con el ruido del accidente. Tenía un golpe en la cara. Me golpeé la nariz contra la butaca de adelante, que estaba inclinada para atrás, y me doblé la muñeca tratando de evitar el impacto. El micro se inclinaba hacia los costados. Parecía que iba a volcar. De fondo, escuchaba los gritos desesperados de los otros pasajeros. Todo estaba oscuro, no se veía nada”, recuerda Alan Achabal (26), con la voz entrecortada, en diálogo con Clarín.

Es uno de los pasajeros que sobrevivió a la tragedia en la ruta nacional 34, a la altura del kilómetro 116, entre las localidades de Casas y Las Bandurrias, en Santa Fe, en la que 5 personas perdieron la vida. Antes de la pesadilla, Alan había estado de visita en la casa de su tía, en Núñez, Santiago del Estero. Fue por 10 días para celebrar con ella su cumpleaños. Pero la madrugada del 26 tiñó de gris esas memorias.

“Pasaron dos días y siento como si todo hubiese sucedido esta mañana. Se me revuelve el estómago, tengo ganas de vomitar, me duele la espalda y la nuca. Lloro y le agradezco a Dios por haber salido ileso. Estoy evaluando buscar ayuda psicológica porque quedé muy mal”, describe.

Un micro y un camión chocaron en el kilómetro 116 de la ruta nacional 34 en Santa Fe.
Un micro y un camión chocaron en el kilómetro 116 de la ruta nacional 34 en Santa Fe.

Alan subió al colectivo de la empresa Torres Hermanos el viernes a las 8 de la mañana. Estaba previsto que llegara a su destino, San Justo, Buenos Aires, a las 7 de la mañana del día siguiente. Viajaba del lado derecho, en una butaca delantera del piso de arriba, muy cerca de la máquina de hacer café. No llevaba celular.

El impacto del brutal choque interrumpió su sueño y lo enfrentó a una cruda realidad que todavía lo perturba. “Se escuchó el sonido de un chispero, como si el micro estuviera a punto de prenderse fuego. En medio de la conmoción, tomé el martillo de emergencias para romper la ventana y escapar por ahí , pero el colectivo se inclinó y fallé en el intento. Bajé la escalera como pude, descalzo, y me encontré con un desastre”, narra con una entonación temblorosa. 

“Me ardía la cara. En medio de la penumbra, no sabía si estaba sangrando. Le pegué una patada a la puerta y se abrió. Corrí hacia el lado de la ruta para pedir ayuda. Tomé un encendedor de mi bolsillo para hacerles señas a los vehículos que pasaban. Cuando frenó un camión, le pedí que llamara a los bomberos y que alumbrara el micro para ver qué había pasado y así poder ayudar a la gente atrapada. En ese instante, descubrí lo peor”, señala y detiene su relato por unos segundos.

Alan pidió ayuda haciendo señas con un encendedor a los vehículos que pasaban en medio de la oscuridad.
Alan pidió ayuda haciendo señas con un encendedor a los vehículos que pasaban en medio de la oscuridad.

Es que su cuerpo se tensiona con cada detalle que intenta testimoniar. Se encontró con escenas terroríficas que todavía lo aturden. “Vi que el chofer había fallecido y que una persona detrás suyo estaba muy mal. Escuchaba voces agonizando, a una persona le brotaba sangre de la boca y había una mujer con el brazo cortado por una chapa. Estaba lleno de chatarra. Todavía siento en la nariz olor a sangre y carne. No me lo puedo sacar”, se angustia.

Alan no entendía contra qué habían chocado. Pero el conductor del vehículo que frenó a asistirlo le dijo que a 1.000 metros había un camión fuera de la banquina. “Ahí caí en la cuenta de lo qué había sucedido”, confiesa con un nudo en la garganta.

Momentos de angustia

En medio del infierno, Alan logró auxiliar, junto a un hombre, a una señora que tenía el brazo herido. La sacaron desde afuera por la ventana.

Alan junto a otros pasajeros en el cuartel de Bomberos Voluntarios de Cañada Rosquín.
Alan junto a otros pasajeros en el cuartel de Bomberos Voluntarios de Cañada Rosquín.

"Mi hermana, nene", repetía la mujer sin cesar. Estaba preguntando por su acompañante. "Quédese tranquila que está bajando los bolsos, está bien", respondió Alan. "Pero por qué no viene, insistía la señora."

Y Alan le volvió a mentir para tranquilizarla. “Me senté en el pasto con ella y le apreté la mano que estaba cada vez más fría. Le ofrecí mi campera para taparle el brazo porque estaba perdiendo mucha sangre. Le faltaba un pedazo del brazo, se le veían los huesos y los tendones”, rememora con dolor.

Permaneció en el lugar del accidente hasta la 1 de la madrugada. Fueron 120 minutos de angustia e incertidumbre. “Tuve que esperar muchas horas hasta que me prestaron un celular. A las 7 de la mañana pude hablar con mi madre. Le dije que el micro se descompuso y que estábamos retrasados para no preocuparla”, señala.

Apoyo y contención

Alan fue una de las primeras cuatro víctimas en llegar al cuartel de Bomberos Voluntarios de Cañada Rosquín. “Nos trasladó Duilio Sanabria, el oficial principal del cuerpo, en una camioneta. Allí nos dieron mantas y ropa para resguardarnos del frío, nos pudimos bañar y comimos ñoquis. También nos prestaron una computadora y nos invitaron a jugar a las cartas para abstraernos por un rato de todo lo vivido.

Pero Alan permaneció en el cuartel hasta último momento. Como en el colectivo habían quedado algunos bolsos, la Justicia autorizó a que las víctimas fueran a rescatarlos. Pero en el momento en que Alan bajó del colectivo que lo llevaría de regreso a Buenos Aires, su mente revivió la tragedia. “Justo pasó un camión por al lado de la banquina y empecé a transpirar. Se me revolvió el estómago, me bajó la presión y el corazón me latía muy fuerte. Estuve 32 horas sin dormir. No quiero viajar nunca más en colectivo”, asegura.

En el cuartel le dieron un calmante y sus padres recorrieron 430 km para ir a buscarlo. Se reencontró con ellos el domingo a las 6 de la mañana. “Los abracé y me puse a llorar. Les pedí perdón y les prometí que nunca más los iba a dejar solos”, señala.

“Perdí mis pertenencias porque lo poquito que tenía lo llevaba en mi bolso”, cuenta. Vive con sus padres y tiene dos hermanos mayores y dos menores. Es ayudante de albañil y barbero, hace changas, y tiene conocimientos de refrigeración e instalación de aire acondicionado.

Alan todavía tiene miedo. “No se puede reponer. Le presto mi oído para que escupa toda la angustia que tiene porque aún no recibió atención psicológica. Hoy nos levantamos un 10% mejor. Como madre, intento apoyarlo, pero necesita ayuda profesional”, le dice a Clarín Alejandra Oliva.

¿Cómo sigue la investigación?

La causa está calificada como “homicidio culposo agravado por la pluralidad de víctimas fatales en concurso ideal con lesiones leves, graves y gravísimas culposas, en el marco de un accidente de tránsito”. Su investigación está a cargo de Carlos Zoppegni, titular de la UFI 150 de San Jorge.

La Fiscalía le confirmó a Clarín que, de acuerdo a los informes preliminares y al levantamiento de rastros, el accidente se produjo porque uno de los dos vehículos invadió el carril contrario. También, que las víctimas fatales viajaban del lado izquierdo, detrás del conductor, en el piso de abajo.

Asimismo, según pudo saber Clarín por fuentes de la investigación, no se encontró dosaje de alcohol en sangre en ninguno de los dos conductores. “Aunque esto solo sería relevante si hubiese tenido incidencia en la mecánica del hecho”, aclara Zoppegni. Según un informe provisorio, el camión no iba a más de 80 km/h (por su peso) y el colectivo a no más de 110.

Por el momento, el conductor del camión, L. J. Ramos (37), no está imputado. Permanece en libertad y no se avizoran riesgos procesales. Se ordenó el secuestro de su licencia de conducir y del camión para poder llevar a cabo una pericia accidentológica más profunda, con detalles que hacen a la deformación del vehículo en el impacto, y también para ver qué participación tienen las compañías de seguros.

“Estamos evaluando cómo proseguir con las medidas procesales. Espero informes de telefónicas para verificar si existió el uso del teléfono al momento del accidente. Le dimos prioridad a las víctimas y a las complicaciones con sus efectos personales”, sostiene Zoppegni.

MG