Señor director: Este 28 de septiembre se conmemora el Día Mundial contra la Rabia (también conocida como hidrofobia), que afecta principalmente a los perros y que puede infectar a los humanos, con una tasa de mortalidad aproximada de 60 mil personas al año (de las cuales, 40% son niños), en más de 150 países. La enfermedad ha estado presente en la historia de la humanidad durante los últimos cuatro mil años y es causada por un virus neurológico con forma cilíndrica que utiliza ARN como material genético.
El distinguido científico Louis Pasteur logró desarrollar la primera vacuna contra la rabia en julio de 1885, utilizando virus atenuados a través de sucesivos cultivos y exposición a la desecación y al oxígeno. Esta vacuna salvó la vida de un niño de 9 años llamado Joseph Meister, quien había sido mordido por un perro rabioso. En términos generales, la enfermedad se manifiesta entre una y quince semanas después del contacto inicial, presentando síntomas como dolor, fiebre, sensaciones anormales locales, entre otros. El virus se encuentra en la saliva del animal infectado y penetra en el organismo a través de las heridas, interactuando con los nervios. Una de las proteínas virales facilita su transporte a lo largo de las fibras nerviosas, llegando finalmente a la médula espinal y al cerebro, donde causa una inflamación intensa y destrucción neuronal. Además, esta proteína viral disminuye la respuesta inmunológica del infectado, empeorando la enfermedad. En aproximadamente el 80% de los casos, los síntomas incluyen agresividad, excitación, falta de coordinación, salivación intensa, miedo a tragar y a tomar agua (hidrofobia), y finalmente culminan en la muerte por paro cardiorrespiratorio, conocida como rabia furiosa. El 20% restante desarrolla la forma paralítica de la rabia, de evolución más lenta, que termina en coma y muerte. Ambas variantes son mortales a menos que se reciba tratamiento de manera temprana. A pesar de disponer de la vacuna desde hace más de 135 años, la rabia mata cerca de 60 mil personas al año. Según datos del Departamento de Epidemiología del MINSAL, desde 1950 hemos tenido en Chile un total de 80 casos en humanos, el último fue en 2013 en la región de Valparaíso, afortunadamente no fatal.
Los síntomas y la forma de actuar del virus son sorprendentes y parecen sacados de la ciencia ficción. En realidad, la rabia y las historias de zombis en el cine comparten varias similitudes, como los cambios en el comportamiento y la agresividad de los infectados. En el caso de los zombis, también se caracterizan por su comportamiento agresivo y violento, con una inclinación a morder a otros. Otra similitud es la forma de transmisión, que ocurre a través de mordeduras de animales infectados o el contacto de la saliva cargada de virus con las mucosas (ojos, boca, heridas, etc.) de las víctimas.
Es importante destacar los efectos que la presencia del virus tiene en la sociedad. En las comunidades rurales de antaño y en la actualidad, una epidemia de rabia en lobos o perros representa una amenaza significativa para las comunidades humanas, lo que conduce a la adopción de medidas drásticas como la cuarentena y la eliminación de animales infectados. Estas situaciones han sido explotadas en las historias de zombis, donde la infección desencadena el colapso de la sociedad tal como la conocemos, llevando a la imposición de la ley marcial, la lucha por los recursos y la desesperada lucha por la supervivencia. Los aspectos relacionados con la patología cerebral, la activación del sistema límbico y la vulnerabilidad ante la muerte son elementos de la realidad que han sido utilizados por el cine, al centrar en el cerebro dañado el comportamiento aberrante del infectado y, por lo tanto, al plantear la destrucción del cerebro como la forma de eliminar al zombi y evitar la propagación de la infección.
La hidrofobia o rabia es una enfermedad viral terrible, presente y mortal, cuyas características han inspirado el cine de ciencia ficción y de terror. Sin embargo, no debemos olvidar que lo que se ve en la pantalla tiene una contraparte médica real que, debido a su gravedad, a menudo supera a la ficción.