A una semana de que el Consejo entregue su propuesta de nueva Constitución al Comité Experto, los bloques partidarios siguen en un juego de mezquina visión sobre el país, estima el autor de esta columna para CIPER, lo cual se vuelve más severo ante la decepción de la ciudadanía: «En un contexto marcado por expectativas que no han sido encauzadas por el establishment político durante los últimos cuatro años, no existe saldo en la confianza pública frente al proceso.»
Tal como ocurrió en el proceso constituyente previo, este nuevo intento por superar la Constitución de 1980 tiende a replicar los problemas del sistema político, más que a construir salidas de la crisis. Y aunque con menos histrionismo y talento performático, el actual Consejo Constitucional (CC) repite la ausencia de actores de intermediación y la miopía partisana que vimos antes. Tanto el malestar frente a los partidos como el miedo al adversario siguen presentes en nuestra democracia. La verdad es que nada tendría por qué haber cambiado en los tres meses que transcurrieron entre el plebiscito de salida que le dio el triunfo al “Rechazo” (4 de septiembre de 2022) y el «Acuerdo por Chile» suscrito por los partidos, desde la UDI al PC (12 de diciembre de 2022).
Por si fuera poco, también se replica en el proceso actual el patrón de «quien se acerca, se quema». Si entre abril y septiembre de 2022 el desgaste del presidente Gabriel Boric fue sincrónico con el aumento del rechazo de la Convención, en el actual proceso, José Antonio Kast —el líder del partido que a la sazón tiene la mayor cuota en el CC (44%)— ha caído en las preferencias presidenciales, hasta empatar con Evelyn Matthei. Además, sabemos que la «propagación incendiaria» opera en distintas direcciones, pues un potencial llamado conjunto de Boric y Kast para apoyar la nueva propuesta multiplicaría las probabilidades del Rechazo.
Aunque las encuestas indican que un 64% de la población está de acuerdo con que es necesaria una nueva Constitución Política, también revelan que la intención de voto en contra de la propuesta en desarrollo ha aumentado quince puntos (desde 44% a 59%) entre el 24 de marzo y el 22 septiembre de este año. En un contexto marcado por expectativas que no han sido encauzadas por el establishment político durante los últimos cuatro años, no existe saldo en la confianza pública frente al proceso, y el estrecho margen de acción del CC con el fin de obtener buenos resultados en diciembre estará determinado por las cuotas y comportamientos de los bloques.
Como se ve en el CUADRO 1, el Partido Republicano [A] es el actor que tiene mayor cuota dentro del CC, con 22 escaños que equivalen al 44% sobre el total de cincuenta consejeros. Le sigue el bloque de Unidad para Chile [B] que incluye a los partidos de las dos coaliciones oficialistas (Socialismo Democrático y Apruebo Dignidad), con dieciséis consejeros y una cuota del 32% en escaños. En tercer lugar se ubica el bloque Chile Seguro [C] que comprende a los partidos tradicionales de la centroderecha con once consejeros, equivalentes a un 22% de los escaños. En cuarto lugar, se ubica el consejero de pueblos indígenas [D] con una cuota del 2% sobre el total de escaños del CC.
Sobre esta distribución de cuotas en el CC, ninguno de los tres principales bloques tiene por sí mismo capacidad para construir acuerdos ganadores, y solo Republicanos [A] tiene poder de veto unilateral. Igualmente, para una estimación realista del poder de veto o la capacidad para generar propuestas ganadoras de cada bloque [columnas 3, 4 y 5; CUADRO 1] se deben considerar sus diferencias internas.
A modo de ejemplo, el bloque Republicano [A] tiene notorios desacuerdos entre aquellos que entienden que el rol de los consejeros consiste en instalar en la propuesta de nueva Constitución un piso de creencias ideológicas y otros que entienden que el mayor desafío que enfrenta el sector consiste en ganar el gobierno con la candidatura de Kast. Para estos últimos, es relevante mayor pragmatismo y flexibilidad en la discusión constitucional; mientras que para los primeros, se trata de un asunto de resistencia identitaria.
Del mismo modo, en Unidad para Chile [B] existe una división importante entre los representantes de partidos de centro-izquierda y aquellos consejeros de los partidos del Frente Amplio y el Partido Comunista; específicamente, en la última semana han quedado en evidencia las diferencias tácticas entre el PS y el PC respecto de buscar convergencias para salvar el proceso o explicitar públicamente el rechazo a la propuesta. Las diferencias entre los dos partidos son comprensibles, si se advierte que para el socialismo alejarse del centro político no sería una buena decisión electoral. No obstante, los partidos del oficialismo se han comprometido a no explicitar una posición frente a la propuesta antes de que el CC entregue el proyecto a la Comisión Experta el próximo 7 de octubre.
Por su parte, Chile Seguro [C] mantiene el dilema estratégico respecto de profundizar la coordinación con Republicanos consolidando un conjunto de intereses ganadores (winset) para la oposición en el espacio constituyente o seguir un «camino propio» con la posibilidad de convertirse en un actor de intermediación más efectivo en el espacio legislativo para la discusión de las reformas críticas que busca el gobierno, y fortalecer la candidatura presidencial de Matthei como un liderazgo con capacidad de movilización del electorado de centro.
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A una semana que el CC entregue la propuesta al Comité Experto, existen dos juegos probables para los bloques partidarios. El más probable que puede prevalecer en el proceso constitucional hasta el 7 de noviembre consiste en profundizar la coordinación entre Republicanos y Chile Seguro. Esta fórmula, junto con garantizar para la oposición el veto (40% escaños) y la capacidad de generar propuestas ganadoras (60% escaños) con 76% escaños en el CC, permitiría una campaña conjunta para el voto a favor en diciembre. Entre las dificultades de este diseño se cuentan la imagen de Chile Seguro como «vagón de cola» de Republicanos y el daño colateral a la candidatura de Matthei, aun cuando la UDI, RN y Evopoli suban el costo de los acuerdos.
(Republicanos [A] + Chile Seguro [C]) > Unidad para Chile [B] = Veto (2/5) y Winset (3/5).
La segunda alternativa estratégica está dada por una eventual articulación para enfrentar el trabajo final del CC de Unidad para Chile con Chile Seguro, que desplazaría a Republicanos. Este escenario resulta poco probable, y solo tendría espacio para ejercer el veto en conjunto por los dos bloques para la votación final del Consejo establecido en el artículo 91 del reglamento del Proceso Constitucional y de este modo impedir la realización del plebiscito en diciembre. Para Unidad para Chile podría ser un incentivo empatar en el fracaso del primer proceso constituyente y obligar a Kast a hacer las pérdidas por malograr este segundo intento. Como los costos no se repartirían por partes iguales entre Republicanos y Chile Seguro, este último bloque podría llegar a actuar en coordinación táctica con el oficialismo, aunque esa decisión tendría consecuencias no deseadas en la carrera presidencial para Matthei por la división de la derecha. Paulina Vodanovic se ha referido a que «el sueño erótico» de los partidos de la oposición es que el PS se separe del PC, pero, la verdad, algo así sería más bien apenas un «touch and go» para debilitar el liderazgo de Kast. La política hace extraños compañeros de cama.
(Unidad para Chile [B] + Chile Seguro [C]) > Republicanos [A] = Veto para impedir plebiscito (art. 91)
Así las cosas, el destino del segundo proceso constituyente parece no estar determinado por el problema de la fragmentación, sino por la creencia de que los adversarios constituyen una amenaza, en un pernicioso hábito de degradación de la diferencia y debilitamiento del pluralismo. El comportamiento del establishment partidario muestra más propensión a las estrategias defensivas que terminan en injertos identitarios en la propuesta constitucional.
Tal como ocurre en el microrrelato de Augusto Monterroso, el descubrimiento de que al despertar «el dinosaurio todavía estaba allí» (deinós = ‘terrible’; y sâuros = ‘lagarto’), aplicado a la demonización del adversario político o a la ausencia de intermediación, revela una clase política incapaz de conducir la crisis. Un establishment carente de efectividad que se refugia en el narcisismo, en los gestos identitarios o en la gestión cortoplacista de la polarización, contribuyendo así a la prolongación de la incertidumbre en el país.