Chile
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CARTAS: Recuerdos del Once

Señor director: Nunca olvidaré cada minuto, cada imagen de ese día. Cada año que pasa somos menos los que podemos recordar esos días, y por eso quiero compartir mis recuerdos. Tenía 17 años, estaba en último año de la secundaria, y ese 11 de septiembre de 1973 estaba resfriada, con un sueño intranquilo porque el día anterior, una amiga cuyo padre era militar, me dijo que venía un Golpe pronto. Temprano en la mañana, mi padre, hombre de derecha, había dado la orden en casa de que nadie me despertara ni me dejara salir. Desperté con el ruido de unos helicópteros. En la radio escuché solo música militar. De pronto, en radio Magallanes, la voz de Allende: «Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación…». Escucho sin entender.

Llamé al teléfono de la Juventud Socialista de mi sector. Un chico que atiende me dice que está solo, y que lo único que sabe es que se están juntando frente al Pedagógico, en Macul. Eran las 9:40, y decidí salir hacia allá sin decir una palabra.

La gente en las calles corría por todos lados, no había micros y se seguían escuchando aviones y helicópteros. Pasado Irarrázabal con Macul, comencé a encontrarme con otras chicas y chicos. Uno tenía una radio, y escuchamos el comunicado de la Junta militar: «Las FF.AA. y Carabineros están unidos para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la Patria y evitar que nuestro país siga bajo el yugo marxista». Estaba paralizada, el mundo se derrumbaba.

Me encuentro con mi compañero Pancho, que estaba a cargo del grupo socialista. Nos dice a todos que sigamos caminando, que debemos ir a un colegio cercano donde nos llegarán instrucciones. Éramos unos veinte estudiantes, todos secundarios, pero ninguna instrucción llegó. Cuando nos damos cuenta de que una patrulla de carabineros se acerca a dónde estábamos, decidimos escapar. No sé cómo logré subir un muro de dos metros y saltar. Eran casi las 13 horas, y habíamos escuchado que a partir de ese momento no podía circular nadie en las calles: toque de queda total. Cientos de personas buscaban la forma de llegar a sus hogares. Casi llegando a casa de Pancho vimos un camión con una veintena de obreros que de pronto es interceptado por una patrulla militar. Gritan: «¡Corran!», y comienzan a disparar. Vi que dos hombres caían. Me quedé paralizada. Pancho me obliga a correr para alejarnos de allí.

Llegamos a su casa sin aire. Su madre, de derecha, estaba abriendo una botella de champán para celebrar el golpe. Pancho, alterado, le dice lo que habíamos visto afuera. Ella se ríe y le dice: «¿Y qué esperabas?». Nos quedamos en silencio, escuchando el bombardeo a poblaciones y a un centro industrial que quedaba cerca. El silencio en avenida Grecia fue roto solo por el paso de camiones llenos de gente acostada, con militares apuntándoles. Chile estaba ya dividido en dos: quienes celebraban el Golpe y quienes estábamos paralizados.

Muchas veces he escuchado que los de nuestro lado hubiésemos hecho lo mismo. Miro atrás y, sí, había algunos locos que querían llevar «al paredón a los momios», pero la gran mayoría éramos como yo: rebeldes, ansiosos de cambios, soñando con una sociedad en la que todos los «Luchín» de cada población pudieran vivir y florecer. Jamás hubiéramos celebrado que mataran a chilenos solo por ser obreros. Jamás hubiéramos llamado «a extirpar el cáncer» de otra ideología. Llegó la noche oscura, densa, terrible. Mataron a tantos. A ese chico que estaba en la sede de la Juventud Socialista, y a muchos de mis amigos. Torturaron e hicieron desaparecer a tantos otros. A cada uno los abrazo, aunque ya no estén, porque sé que todos ellos sentían y pensaban como yo, simplemente querían un Chile un poco más justo donde todas y todos pudiéramos tener algo que decir y vivir.