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Las lecciones del «Shogun Perro»

Qué pueden enseñarnos sobre convivencia social, relación con los animales y castigo proporcional las llamadas «Leyes de la Compasión» , aplicadas hace cinco siglos en Japón. Columna de Opinión para CIPER de un académico en antropología social.

El uso cada vez más frecuente de la palabra ‘doglover’ para objetivos que van desde el márketing de productos a una presentación de nuestras autoridades como personas sensibles y cercanas, a estas alturas no debería sorprendernos. El pasado 21 de julio la celebración del Día Internacional del Perro tuvo amplia cobertura, y además contamos con leyes que regulan nuestra coexistencia con ése y otros animales (Ley N° 20.380 Sobre Protección animal; la Ley de Caza N° 19.473; la Ley de Pesca y Acuicultura N° 18.892 y la Ley de Tenencia Responsable de Mascotas y Animales de Compañía N°21.020).

Se suele asumir que la preocupación por el bienestar de otros animales y su regulación normativa formal son manifestaciones de un progresismo reciente, pero hay al respecto referentes de larga data que muestran cómo las relaciones interespecie han estado históricamente cruzadas por ambigüedades y contradicciones. Esta cuestión nunca está libre de complejidades políticas y aspectos socioculturales que van enfrentando posiciones; tal como ocurre, por ejemplo, en relación con el rodeo en Chile. Diferentes iniciativas populares de norma intentan llevar también estos asuntos a la nueva Constitución que hoy se discute  [ver “Protección animal en la nueva Constitución”

Como punto de comparación, resulta interesante el caso de Tokugawa Tsunayoshi (1641- 1709), que durante su mandato en Japón se ganó el distintivo de “Shogun Perro” debido  a su protección y predilección por los animales; en especial, los perros. Gobernó desde 1681 hasta su muerte, aplicando enfoques basados en la tradición budista y neoconfuciana que guiaron lo que se conoce como «Leyes de la Compasión», no exentas de polémica. Secciones de la élite feudal samurai de la época las resistieron, criticaron y desarticularon, sin atender a los beneficios que estas medidas reportaban a las clases populares y otros animales con los que se convivía. El principal objetivo de ese cuerpo de leyes era transformar la sociedad japonesa, movilizándola desde las formas feudales más brutales del período sengoku —que vulneraban «los principios fundamentales de la humanidad» [citado en SHIVELY 1970, p. 113]—, hacia una suerte de modernidad provista de cuidados sociales extensivos y fundamentalmente, una nueva conciencia.

Así, las leyes aplicadas por Tsunayoshi buscaban promover actitudes universales de cuidado y respeto por todo ser viviente en la población, pero de una manera verticalista, autocrática y, en ocasiones, puritana. Respondían a una nueva lectura de su tiempo, cuando las masas populares sostenían el dinamismo socioeconómico y expansión de la nación, y las élites samurai ya no desarrollaban un papel militar activo, mientras seguían usufructuando de una jerarquía feudal anquilosada. El nuevo shogun puso a una parte importante de dicha élite en puestos de funciones públicas, pasando a formar una nueva burocracia y plana administrativa, en general resentida frente a la pérdida de privilegios y de su estatus militar.

Las «Leyes de la Compasión» establecieron, entre otras medidas especiales, leyes para evitar el infanticidio y el abandono de niñas y niños, además de la obligación de proveer refugio y alimento a quienes vivían de la caridad callejera. Las condiciones de vida en las prisiones fueron mejoradas, pero al mismo tiempo se buscó perseguir y castigar más severamente a pandillas que afectaran la seguridad del ciudadano común desarmado (en contraste con la situación ventajosa de la casta samurai, siempre armada y provista de personal militar).

En el ámbito de la protección a otros animales, la motivación inicial de Tsunayoshi fue la protección de los caballos, a los cuales se aplicaban cambios en cuestiones mayores (como la de abolir el corte de tendones para afectar el paso) y menores (sobre corte y arreglo de crines y pelos de las colas). Otras leyes se orientaron más bien a la conservación y racionalización de prácticas de pesca y caza de animales silvestres, haciendo obligatorio obtener una licencia oficial, sin importar si la persona pertenecía o no a las élites.  Las regulaciones del sacrificio de animales estaban muy vinculadas a aspectos de sanidad pública, tanto como a la prevención de la crueldad, aspecto que ya venía siendo pregonado por el monacato budista hacía tiempo en el archipiélago nipón.

Según el análisis de Bodart-Bailey [1985; 2006], de las 624 leyes registradas emitidas por Tsunayoshi en sus treinta años de gobierno, 66 casos refieren a animales. Si bien incluían un amplio espectro de especies, desde serpientes a jabalíes, la mayoría se concentró en animales con mayor contacto cotidiano: perros (28), aves (19), caballos (9) y peces (9). Que existiesen más leyes referidas a los perros sería muestra de las mayores dificultades para regular este caso de la convivencia interespecies (en el sistema legal de la época, cuando una ley no se respetaba o implementaba correctamente, se emitía nuevamente, generalmente con más penas asociadas; en ocasiones, bastante severas). Existía ya en ese período una práctica extendida de crianza de perros por parte de señores feudales y samuráis acomodados. Los perros abandonados y/o callejeros les generaban todo tipo de problemas a las poblaciones locales —que, a diferencia de las clases feudales, no contaban con la protección de murallas—, además de exponer a esos animales a tratos crueles y actos retaliatorios. Sin embargo, las nuevas leyes y penas asociadas del shogunato terminaron por generar reacciones y efectos imprevistos, que agravaron las condiciones tanto de los perros como de la población. Existen algunos registros de fuentes primarias que indican la aplicación de la pena capital —no extraña entonces en Japón contra delitos menores— ante la muerte de un perro, aunque se trató de casos extremadamente inusuales en esos treinta años de gobierno.

De todos modos, las penas severas de las leyes de protección animal fueron acicate suficiente para que cronistas de la casta samurai exageraran su número, alcances e implicancias. Se popularizaron historias y rumores que hablaban de cientos de personas ejecutadas al año por maltrato a los perros; así como la obligación de utilizar un título honorífico a la hora de llamarlos o hablarles, o de transportarlos en palanquines cuando se les llevara al veterinario. Todo esto contrasta con otros registros, como el de Engelbert Kaempfer, médico y explorador alemán que pasó un tiempo en Edo y fue testigo directo de la vida cotidiana en la ciudad. En sus manuscritos luego reunidos como Historia de Japón, alaba a Tsunayoshi por sus leyes y su preocupación por el bienestar general de la población.

A la muerte de Tokugawa Tsunayoshi, su sobrino y sucesor, Tokugawa Ienobu, continuó sosteniendo las «Leyes de la Compasión», pero con un espíritu de reforma. Esto implicó la eliminación de aquellas que generaban problemas a la población local, como el establecimiento de perreras pagadas por impuestos extra, y otras que se prestaban para abusos de autoridad. Se volvió a permitir el recorte y arreglo de crines y pelo de la cola de los caballos, pero se mantuvo la prohibición del corte de sus tendones. De igual manera, se eliminó la censura imperante y los enfoques rígidamente moralizantes que habían marcado negativamente al mandato anterior, y que antagonizaron a sectores de la población.

¿Qué lecciones podemos sacar de un contexto tan diferente al nuestro hoy, en época, cultura y ubicación geográfica? Es destacable la preocupación por el bienestar y el buen vivir de otras criaturas con las que compartimos este mundo, y que ésta sea patente en la necesidad de regular de manera formal nuestras conductas. El crecimiento demográfico y la concentración en poblados hace más evidente la naturaleza multiespecie de las sociedades humanas y los desafíos que esta presenta para una buena convivencia. Junto a lo anterior, también deberíamos aprender que la promoción de actitudes benevolentes y una nueva conciencia general sobre ciertos problemas sociales no puede basarse en el planteamiento de reglas obligatorias y medidas punitivas; pues suprimir conductas indeseadas no lleva necesariamente a una transformación de la conciencia sobre problemas dados. Una de las alternativas, claramente más lenta y laboriosa, se enfoca en la persuasión mediante argumentación, educación y acciones modeladas, que consideren situaciones prácticas complejas y puntos de vista locales diversos. De lo contrario, toda medida sobre convivencia y protección animal puede terminar siendo vista como una imposición vertical por parte de un grupo de influencia circunstancial, con la consecuente estigmatización moral asociada. 
  

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