«A finales de julio de 1973 se fueron a vivir a Calama, decisión que no les resultó fácil. Fue, sobre todo, por intención del propio Carlos […]. Le entusiasmaba la idea de trabajar en un centro de producción de cobre como Chuquicamata, donde fue nombrado director de Comunicaciones de la mina y de la emisora de radio El Loa».*
Carlos Berger Guralnik, mi primo hermano, tenía 30 años de edad cuando murió. Nacido en junio de 1943, murió el 19 de octubre de 1973 y sólo pudo darle cariño a su hijo Germán durante ocho meses. Esta noticia fúnebre podría interpretarse como mero dolor por el prematuro fallecimiento de un joven y cariñoso compañero, abogado, locutor de radio y reciente padre. Ciertamente, el duelo de los familiares sería pesado, el dolor tardaría algún tiempo en pasar y, durante el velorio y el entierro, los familiares de la pareja, amigos y compañeros de trabajo se reunirían para dar fuerzas a la viuda. La muerte de mi primo Carlos, sin embargo, no fue accidental ni causada por enfermedad, ni tuvo velorio ni entierro.
Comienzo este relato describiendo el documento oficial de la República de Chile que certifica su muerte. Es un certificado de defunción emitido por el Servicio de Registro Civil e Identificación, el cual expresa que, en el distrito de Calama, departamento de El Loa, con fecha 23 de octubre de 1973, a fs. 316, se hace constar la muerte de Carlos Berger Guralnik. Este certificado no contiene ni el nombre de la madre ni el del padre, lo cual resulta extraño para un documento oficial. Sin embargo, parece ser que el occiso era del sexo masculino, con cédula de identidad número 90201 de la delegación de un barrio de la ciudad de Santiago de Chile. Es interesante señalar que en el certificado consta que el fallecido era soltero y no se menciona ningún hijo o pareja. La fecha de fallecimiento está anotada como el 19 de octubre de 1973, a las 6:00 pm. El lugar de la muerte fue Calama y la causa de la muerte figura como destrucción de la región del tórax y corazón, por fusilamiento. El certificado está fechado el 31 de octubre de 1973, y la copia que tengo está debidamente firmada, con el sello y el pago del impuesto correspondiente.
Esta fría descripción de un documento oficial esconde una serie de elementos que componen esta historia. Mi padre siempre tuvo buenos contactos en la Policía Civil de Chile, en parte porque su laboratorio farmacéutico estaba cerca de la jefatura general. Mi viejo, libre de prejuicios, era amigo y querido por todos. Entonces, cuando ante la desesperación de la familia quiso saber la suerte corrida por Carlos, desaparecido el 19 de octubre de 1973, alguien de la policía le envió el certificado antes descrito. Es uno de los pocos casos donde el Estado de Chile certifica oficialmente, en papel firmado y timbrado, un fusilamiento.
La pena de muerte es, en sí misma, discutible, pero uno puede preguntarse: ¿fusilado por qué?; ¿participó en un movimiento armado contra los uniformados del asesino Pinochet?; ¿fue víctima de un conflicto armado entre revolucionarios y el ejército leal al dictador? Nada de esto sucedió: Carlos nació en una familia en la que su padre y su madre eran miembros del Partido Comunista de Chile (PC). No sorprende, entonces, que habiendo sido miembro del PC desde su adolescencia, Carlos fuera activo en la política en el colegio y en la universidad. Licenciado en Derecho, siempre tuvo un interés más profesional por la política y el periodismo.
Mi primo era unos años menor que yo. Su coherencia política me parecía aburrida, y además era demasiado serio para mi gusto en ese momento. Nunca fuimos muy unidos. Discutíamos con bastante frecuencia sin mayores consecuencias y, como toda familia, participamos juntos en muchas fiestas. Según mi hermana menor, que era su amiga, Carlos era un hombre inmensamente dulce y profundamente culto, nunca dejaba de leer.
Carmen Hertz y Carlos se conocieron en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Ella nació en un hogar de derecha, tradicional y conservador. Por eso, encontraba cautivador el mundo que rodeaba a Carlos, la armonía familiar que reinaba en su hogar y las inquietudes culturales que todos expresaban. Poco después de graduarse como abogado, Carlos viajó a la Unión Soviética con una beca del PC para asistir a una escuela de liderazgo. La relación entre Carmen y Carlos, a pesar de la distancia, se consolidó en las cartas que iban y venían. Durante este período, Salvador Allende asumió la presidencia de Chile. Regresa a Santiago en 1971, y Carmen y Carlos inician una vida juntos.
A finales de julio de 1973 se fueron a vivir a Calama, decisión que no les resultó fácil. Fue, sobre todo, por intención del propio Carlos, que en ese momento tenía 29 años, era director de la revista juvenil Ramona, y había sido jefe de gabinete de algunos ministros. Pero le entusiasmaba la idea de trabajar en un centro de producción de cobre como Chuquicamata, donde fue nombrado director de Comunicaciones de la mina y de la emisora de radio El Loa. Para Carmen, quien en ese momento tenía 26 años, la decisión de mudarse fue difícil, pues trabajaba en Cora (Corporación de Reforma Agraria) y su hijo Germán tenía solo ocho meses de nacido.
La mañana del 11 de septiembre, día del Golpe militar en Chile, Carlos recibió una llamada del líder militar que había tomado el control de Calama y del mineral de cobre en Chuquicamata, ordenándole el cese inmediato de las transmisiones de radio El Loa. Carlos reunió a los empleados, les pidió que se fueran a sus casas y continuó transmitiendo el mensaje de la Central Única de Trabajadores de Chile, que pedía a los trabajadores permanecer en sus puestos de trabajo. Poco después, una patrulla militar invade la radio, suspende las transmisiones y lleva a Carlos a la cárcel de Calama.
Carmen, en Calama, y la familia de Carlos, en Santiago, acogieron con alegría la noticia de que el 13 de septiembre, dos días después de esta primera detención, Carlos había sido liberado. Pero sería sólo por poco tiempo, ya que el 15 de septiembre fue nuevamente arrestado y recluido en la misma prisión. El 25 de septiembre Carlos compareció ante un Consejo de Guerra que lo condenó a sesenta días de prisión, los que cumpliría en el mismo lugar en el que se encontraba.
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En Historia no se pueden hacer experimentos, y de nada sirve preguntarse qué hubiera pasado si… No podemos saber qué hubiera pasado si Carlos, en esos dos días que transcurrieron entre su salida de la primera prisión y la segunda, hubiera cedido a las súplicas de Carmen y simplemente huido.
Desde la segunda detención hasta el 18 de octubre de 1973, Carmen, como abogada de Carlos, lo visitó diariamente en prisión. A mediados de octubre, ella estaba discutiendo con el fiscal la posibilidad de dejar en libertad a Carlos y transformar los pocos días que le quedaban de condena en una compensación monetaria. El 19 de octubre, el intento diario de visitar a su compañero se vio frustrado y, a partir de ese día, nadie supo dónde se encontraba realmente Carlos Berger.
Es bien conocida la historia de la Caravana de la Muerte, que bajo el mandato del general Pinochet estuvo comandada por el general Sergio Arellano Stark. Pasó por Calama el 19 de octubre, y mi primo Carlos fue fusilado ese mismo día. Los restos de Carlos fueron inicialmente enterrados en una fosa clandestina en el camino a San Pedro de Atacama, y luego retirados del lugar por otras fuerzas de Pinochet.
La búsqueda del cuerpo de Carlos duró décadas y sólo fue posible gracias a los esfuerzos de Carmen Hertz, ahora miembro del Congreso chileno. En 2010, el hijo de mi primo, German Berger Hertz, dirigió y produjo Mi vida con Carlos [imagen superior], una película en la que confronta su propia vida sin su padre, narra los horrores del pasado de su país y el efecto devastador de la pérdida de su familia.
La identificación de Carlos fue posible, décadas después, en enero de 2014, a partir de un análisis de ADN de un hueso de su metatarso. Los pocos restos de Carlos fueron enterrados el 13 de abril de 2014 en el memorial de detenidos y desaparecidos del Cementerio General de Santiago de Chile. Asistieron Carmen Hertz, su hijo Germán, familiares y amigos.
Durante el juicio a los responsables de los cobardes asesinatos de aquel octubre, uno de los militares que disparó contra Carlos declaró que, en Calama, el único que quitó el trapo con el que cubrían las cabezas de los que iban a morir fue un hombre rubio con barba y bigote. Casualidad, o no casualidad, fue mi primo Carlos. Han pasado cincuenta años desde su arresto y muerte, pero no podemos olvidar ni perdonar. Miles de familiares de tantas familias desaparecieron, o fueron encontrados muertos y torturados durante los años oscuros de la dictadura, en América Latina y otros continentes. Con asombro vemos hoy el resurgimiento de movimientos antidemocráticos y llamados a la defensa de las dictaduras. Cuando digo «Nunca más», tengo muy claro que defender la democracia es parte fundamental de mi lucha.
«Chile: 11 de setembro de 1973, nem esquecer, nem perdoar».