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Cómo evitar los colapsos financieros

En diciembre pasado, Oleg Rogynskyy, un empresario con sede en la costa oeste estadounidense que dirige una empresa "startup" de inteligencia artificial, tomó una audaz decisión: cerró su cuenta corporativa en el Silicon Valley Bank (SVB) tras años de usar sus servicios.

¿El motivo? El padre de Rogynskyy trabajaba en un banco ucraniano que, en 1998, sufrió una corrida bancaria. A una temprana edad aprendió a ser hipervigilante. Así que, mientras observaba las consecuencias del colapso de la casa de cambio de criptomonedas FTX, Rogynskyy miró con más atención, y se dio cuenta de que los banqueros del SVB parecían peculiarmente nerviosos en sus tratos con él

"Estaban muy concentrados en que el dinero no saliera del banco", recordó. Rogynskyy cerró la cuenta tres meses antes de la implosión del SVB. "Habiendo visto lo que le sucedió al banco de mi padre, tuve la sensación de que en un banco que se está comportando de forma extraña algo está sucediendo", comentó.

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En los últimos días se ha hablado mucho de cuán ciegos estaban la mayoría de los clientes e inversionistas de SVB ante los riesgos que se avecinaban, incluso cuando su capitalización bursátil se desplomó y los vendedores en corto -incluyendo a Jim Chanos, gestor de inversiones estadounidense y fundador de Kynikos Associates- dieron su opinión.

Pero para mí es más interesante observar a quienes, como Rogynskyy, tuvieron la previsión de abandonar el barco antes de que se hundiera. Tras hablar con algunos de ellos, la mayoría de forma extraoficial, se destacan algunos puntos en común: aquellos alerta a los riesgos tenían fascinación por los datos financieros, o contaban con alguien en su organización o familia que anteriormente había enfrentado una crisis financiera de cerca. "Resulta ser que nuestro director financiero había trabajado en Wall Street en 2008", me dijo un empresario. Otro comentó: "Teníamos a alguien que lo sabía todo sobre la crisis S&L", refiriéndose a la crisis de las instituciones de ahorros y préstamos de las décadas de 1980 y 1990.

De todo esto se pueden extraer lecciones más importantes. La primera se relaciona con los peligros de permanecer en silos profesionales y sociales. A finales del siglo XX, la mayoría de las carreras y programas educativos animaban a la gente a centrarse obsesivamente en un conjunto de conocimientos o habilidades técnicas. Por eso no es de extrañar que la mayoría de los expertos tecnológicos de Silicon Valley sigan teniendo limitado dominio financiero y regulatorio. Del mismo modo, la mayoría de los banqueros saben poco sobre riesgos tecnológicos o cibernéticos.

Sin embargo, si vamos a navegar por un mundo cada vez más complejo, es crucial que tratemos de escuchar y aprender de tantas profesiones diferentes como podamos.

Puede que los banqueros y los expertos tecnológicos no puedan intercambiar sus trabajos, pero pudieran, y debieran, salir de sus silos tanto como puedan y estar abiertos a sumergirse en otros campos; sobre todo si ese mundo parece complejo, cargado de jerga o simplemente aburrido.

El segundo punto gira en torno a lo que, durante la crisis financiera de 2008, yo denominé el choque de Ricitos de Oro. Ésta era la idea de activamente tratar de aceptar los choques que, como la crema de avena de Ricitos de Oro, están lo suficientemente calientes como para enseñarte una lección, pero no tan calientes como para quemarlo todo.

Los humanos generalmente intentan ‘evitar quemarse'. Nuestro instinto natural es tratar de adelantarnos a los choques y suprimir las turbulencias en nombre de la estabilidad. Pero tal como lo señaló Nassim Nicholas Taleb en su brillante libro "Antifrágil", cuando las personas o los gobiernos tratan de mantener la estabilidad a toda costa, tienden a suprimir problemas que crean explosiones mayores más adelante.

Por lo tanto, la mejor manera de prevenir una gran crisis bancaria no es tratar de evitar todas las quiebras bancarias y crear un aura de estabilidad permanente, y menos con interminables infusiones de dinero fácil. Más bien, un mejor camino es permitir pequeños choques regulares que les recuerden a todos la necesidad de monitorear los riesgos. Tal como lo ha escrito Taleb: "Algunas cosas se benefician de los choques; prosperan y crecen cuando se exponen a la volatilidad, a la aleatoriedad, al desorden y a los factores estresantes, y aman la aventura, el riesgo y la incertidumbre".

Esto también se aplica a los seres humanos. Los psicólogos suelen decir que el secreto para crear un niño resiliente no es mimarlo en exceso y protegerlo de los peligros, sino dejar que experimente muchos pequeños choques para que aprenda de ellos. Lo mismo ocurre con los adultos y su radar de riesgos. Las personas que, como Rogynskyy, han visto catástrofes de primera mano, pero han sobrevivido, tienen más probabilidades de percibir el peligro.

Por supuesto, existe un gran obstáculo: el cerebro humano suele ser extraordinariamente bueno olvidando los malos tiempos cuando reaparecen los buenos. Y tras 15 años de dinero fácil, a muchos inversionistas y a algunos emprendedores tecnológicos evidentemente les resultó fácil ignorar las lecciones de la crisis financiera de 2008. Pero esta crisis es una potencial llamada de atención.