Tras anunciar su acuerdo de casta con Javier Milei, Patricia Bullrich dejó una advertencia lúcida: "Que Juntos por el Cambio no quede presa de una nueva transversalidad como la que hizo Kirchner”. Se refería a un proceso político impulsado por Néstor Kirchner. Desde 2006 en adelante, formó la concertación del peronismo con sectores importantes del radicalismo. La tozudez de la resolución 125 astilló esa coalición social y política, que ahora podría resurgir. Es el fantasma que temen Bullrich y su coequiper, el ultraconservador Luis Petri.
En aquel momento Kirchner fue mal interpretado por sectores del propio PJ. Con un miedo que despreciaba el pragmatismo, temían que el entonces Presidente no fuera suficientemente peronista, como si eso pudiera medirse en abstracto y no por la capacidad de construir mayorías para gobernar y resolver problemas.
Y sin embargo, Kirchner persistió. Nada menos que un viejo amigo suyo como Carlos Kunkel estuvo presente en Mendoza en el primer acto de lanzamiento de Julio Cobos, acompañado por Héctor Timerman y otros dirigentes.
Es verdad que el peronismo mendocino, e incluso algunos radicales, le avisaron a Kirchner que elegir un radical estaba bien pero que la elección de Cobos no era correcta. "Cobos te va a joder", le dijeron.
Pero en un balance histórico Cobos es una anécdota. Y si votó en el Senado en contra de su propio gobierno, en un hecho inédito salvo en vices golpistas como Michel Temer, hay que recordar que así fue porque el peronismo no logró agrupar a sus aliados en el Senado. Algún día habrá que hacer, uno por uno, la historia de los senadores nacionales de Santiago del Estero, por ejemplo, y descubrir por qué uno de ellos cambió el voto de manera decisiva.
Lo real es que formaron parte de la misma coalición no solo Cobos sino referentes importantes como Gustavo Posse, poderoso intendente de San Isidro, o el intendente de Pergamino Héctor “Cachi” Gutiérrez.
Esa coalición era, además, un frente social. El sector radical aliado reforzó la presencia de la clase media en general y sobre todo de la clase media del interior de la provincia de Buenos Aires, de Mendoza y de Santa Fe. Dicho de otra manera: como ese sector social se acercaba a Kirchner por el renacimiento productivo, sus dirigentes, radicales o socialistas, conservaron representatividad al encarnar sus intereses.
En 2008 una resolución fiscalista como la 125 se combinó con una batalla mal planteada. En lugar de discutir, justamente, intereses o dinero, el gobierno y el propio Kirchner ideologizaron el tema, hasta tildar de “oligarcas” a chacareros medios. Así dejaron la mesa servida para que liberales y conservadores dentro y fuera del peronismo se convirtiesen en supuestos abanderados de la clase media. De la clase media en general. Sobre todo de la urbana. Aunque la única relación con el agro fuese la ensalada mixta, la torpeza oficial y la picardía opositora construyó el imaginario de que los anarquistas expropiadores de un tal Kirchner irían también por ellos.
El resultado del último domingo podría estar revirtiendo la tendencia profunda inciada en 2008. No solo a Axel Kicillof le fue bien en el interior de la provincia de Buenos Aires, en buena medida por su gestión que nunca cayó en la antinomia boba con “el campo”. También la fórmula nacional Massa-Rossi mejoró a nivel federal, sobre todo en lugares como Salta, Neuquén y Santa Fe.
Nada es automático, pero otra vez el peronismo tiene condiciones de liderar una coalición social y política amplia. En su conferencia de prensa, Bullrich ensució aquella concertación del peronismo con los radicales tiñéndola de sospechas. Es un razonamiento falso: no hay seducción posible a dirigentes, limpia o sucia, si esos dirigentes no son representativos del humor social.
Si Lula fue en busca de su adversario Gerardo Alckmin para sumarlo como símbolo de una alianza que dejara del otro lado exclusivamente a la extrema derecha ultraliberal, y hoy es presidente, ¿por qué aquí no? ¿O acaso la alegría debe ser solo brasilera?