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Todos somos únicos mientras dura la magia

¿Los padres somos aburridos? Corremos ese peligro: nos contamos en secreto las historias que narramos a nuestros hijos y nos creemos únicos, creativos, diferentes, aunque hagamos todos lo mismo. A mi hijo mayor, por ejemplo, le encantaban las aventuras que le contaba de Ben 10, un chico que, gracias a un reloj alienígena, logra poderes especiales y ayuda a combatir a los villanos (un Batman moderno y más infantil, digamos). Cada noche, yo inventaba una situación difícil, extrema, insoluble hasta que llegaba Ben y, zácate, el universo volvía a su orden lógico. Obvio que Julián ya conocía el derrotero de la trama pero los dos disfrutábamos con esas leyendas personales que construíamos: yo con la historia, él con las preguntas.

Decía que los padres nos creemos especiales y no lo somos tanto. ¿O sí? Es cierto que nuestras noches se parecen: antes de dormir, divagamos fantasías hasta que nuestros hijos se quedan dormidos (o casi, porque ya nada es como era, redes sociales por medio). Pero para cada chico la historia es una ilusión que no se repite ni clona. Es suya y de su papá (o mamá), excluyente, y tiene una alquimia a medida.

A algunos chicos les fascina que incorporemos el miedo como trama (hasta que se esconden debajo de la sábana), otros reclaman las fantasías de la -digamos- ciencia ficción: energías impredecibles que se van como llegan pero que nos dan esperanzas. Los malos también muestran su atractivo, ya que reciben lo merecido. En nuestro caso, yo solía agregar a algún personaje una pizca de Robbie Rotten, el perverso habitante de “Lazy Town”: sabía que él disfrutaba con sus desventuras y frustraciones.

Las historias pueden ser las mismas. Las rutinas, ídem. Pero hay una explicación para ese sentimiento de singularidad que nos habita cuando les relatamos cuentos a nuestros hijos. Les mostramos un espacio compartido de adrenalina y de enseñanza, de afecto, de construir algo propio y no consumir lo ya dado. Eso queda. Y eso ojalá también se sienta cuando ellos les cuenten sus propias historias a sus hijos para que el legado se enriquezca y siga ahí, cerquita del corazón.