Los mensajes televisados a la nación en la franja vespertina siguen teniendo una solemnidad y solvencia inigualable, por muy analógica que sea la televisión, de ahí que fuese el medio elegido la noche del miércoles por el primer ministro de Israel, Beniamin Netanyahu, para reafirmar a la nación “que habrá intervención terrestre” en Gaza. Y que lo peor no es lo ya visto con los bombardeos o los hospitales saturados. “Hemos ya matado a miles de terroristas –dijo–. Esto es solo el principio”.
Muy pocos israelíes creen que Netanyahu, un superviviente innato, pueda seguir en el poder una vez termine la guerra tras gobernar trece de los últimos catorce años. Tampoco es un asunto relevante ahora. El propio primer ministro dijo que una vez pase la guerra, no antes, todos tendrán que responder por el fiasco de seguridad del 7 de octubre, “incluyéndome a mi”. El país sólo parece dividido entre los que tienen prisa por entrar en Gaza y los quieren entrar en Gaza con o sin prisa. No hay discrepancias al respecto.
Lee también Joaquín Luna / RamalaEl primer ministro no dio pista alguna sobre cuando comenzará la ofensiva, decisión que corresponde –aclaró– a un gabinete de guerra, con representación de partidos liberales al margen del ejecutivo, etiquetado el más ultraderechista de la historia de Israel.
Molesto estos días con la versión de que es Washington quien maneja los tiempos e impone paciencia, Netanyahu trató de mostrar que es él y su gobierno quienes deciden. Por primera vez, incluyó la suerte de los más de 200 rehenes entre las prioridades, en la línea auspiciada por Washington y “premiada” por Hamas con la liberación de cuatro secuestradas. Quizás para no herir las susceptibilidades israelíes, el presidente Joe Biden aclaró este miércoles que nunca ha pedido a Netanyahu que retrase la ofensiva terrestre para facilitar las negociaciones sobre los rehenes.
El primer ministro de Israel, Beniamin Netanyahu
CHRISTOPHE ENA / AFP“Estamos en una guerra por nuestra soberanía, nuestra existencia y nos hemos fijado dos objetivos fundamentales: erradicar las capacidades de Hamas y hacer todo lo posible para traer de vuelta a casa a los rehenes”, afirmó Netanyahu en un mensaje de seis minutos, muy al grano.
Las familias de los secuestrados han logrado una movilización formidable, al alza mediática, y sus historias cuentan cada vez más de cara a no poner en peligro sus vidas. La tradición israelí siempre ha primado el rescate de los secuestrados, aunque fuesen soldados y no civiles, sobre otras consideraciones más elevadas, tal que considerar que equivale a aceptar un chantaje. Un articulista de Haaretz , diario de centro izquierda, Gideon Levy, estimaba este miércoles que Hamas los utiliza y seguirán haciéndolo como “un ejercicio de relaciones públicas” y se preguntaba “¿qué reciben a cambio?”. En su opinión, serán la moneda de cambio de “miles de presos palestinos, algunos terroristas”. Según organizaciones no gubernamentales de Isreal citadas por Efe, las prisiones han pasado de los 5.500 presos palestinos antes del ataque terrorista del 7 de octubre a los 11.000 de la actualidad, la mayoría encarcelados sin muchos miramientos legales.
Netanyahu disipa cualquier duda exterior –interior no existe–: habrá incursión terrestre
Entre tanto, Israel se ha enzarzado en una trifulca diplomática con el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, a cuenta de una declaración que éste ha considerado tergiversada por Israel ya que –dijo– en ningún momento justificó las acciones de Hamas. Aún así, el embajador israelí exige la dimisión del portugués, y sobre el terreno se ha castigado con la no renovación del visado a un alto funcionario de Naciones Unidas, el subsecretario general de Asuntos Humanitarios, Martin Griffiths.
“Es hora de darles una lección” a estos altos cargos de la ONU, llegó a afirmar el embajador israelí ante el organismo.
El trasfondo del encontronazo es lo más grave: el panorama sanitario de Gaza, catastrófico según todos los organismos internacionales. O sea, desde la OMS a la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Políticos), mayoritariamente englobados en Naciones Unidas. Sus denuncias sobre las condiciones infrahumanas de los hospitales y las carencias que sufren los palestinos de Gaza molestan en Israel, donde siempre hay una réplica a cualquier acusación.
Un grupo de palestinos forma una cadena para ayudar a evacuar a una mujer herida por uno de los proyectiles lanzados este miércoles por Israel sobre la franja de Gaza
M. S. / EFELa pugna se prolongará en las próximas 24 horas en Nueva York, donde no se espera que el Consejo de Seguridad apruebe ninguna resolución sobre la situación en Gaza. Hasta la fecha, las dos presentadas –por Rusia y Brasil–fueron tumbadas en el propio Consejo y así es previsible que suceda con las dos resoluciones que previsiblemente presentarán EE.UU. y Rusia.
De ejercer alguno de los cinco miembros el derecho de veto, el asunto sería sometido a votación en la Asamblea General, allí donde todos los estados se “retratan”.
La guerra de Gaza sume, como siempre, en la perplejidad de si sirve o no de algo un organismo global que nunca es capaz de evitar una guerra, en contra de su espíritu fundacional tras la Segunda Guerra Mundial. Los defensores de Naciones Unidas siempre alegan que, pese a sus carencias, el mundo sería peor sin el organismo y sus organizaciones, muy burocratizadas con el paso del tiempo. La crisis sanitaria y asistencial de Gaza sería, sin duda, peor sin el trabajo de los profesionales de Naciones Unidas. Sus denuncias –más de 7.000 pacientes en peligro por las carencias, seis hospitales al borde del colapso por la falta de combustible o la saturación de 151 refugios para una población desplazada de 613.000 gazatíes– suponen el diagnóstico de un drama y las curas paliativas del mismo.
La crisis sanitaria en Gaza origina una trifulca diplomática entre Israel y Naciones Unidas
Para los escépticos sobre la efectividad de Naciones Unidas, bastará con contraponer las imágenes de la franja de Gaza de ayer, hoy y mañana a la retórica diplomática sin efectos prácticos del Consejo de Seguridad o las votaciones de la Asamblea General, un quién es quién diplomático sin grandes efectos sobre el terreno. La relación de Israel con la ONU es digna de estudio: comenzó con el decisivo reconocimiento del Estado de Israel en 1949 –gustase o no a los vecinos– y ha desembocado en una disputa agria, casi permanente, que no quieta el sueño a Israel pero que le da mala prensa a escala mundial.
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